La República Dominicana en la ONU

La República Dominicana en la ONU

El anuncio hecho por el futuro jefe de gobierno español, Rodríguez Zapatero, en el sentido de que España retirará sus tropas de Irak, a menos que la ONU asuma la dirección política del proceso de reconstrucción de ese país, pone de nuevo de relieve la importancia que adquiere la organización internacional a la luz de la resistencia que genera, en pueblos y gobiernos, la nueva doctrina norteamericana de «guerra preventiva».

Ese principio, en cierta forma anunciado a raíz de los ataques norteamericanos contra Afganistán, ha adquirido su «mayoría de edad» con la ocupación del Irak. Pero si en el caso de Afganistán, Estados Unidos respondía a los actos de terror del 11 de septiembre, y así lo entendió una real comunidad internacional, que aunque observaba con inquietud las nuevas derivadas de la política exterior norteamericana, no dejaba de considerar que el régimen de los siniestros talibanes era un problema como lo es todo ahora, o sea, global.

Lo mismo debió haber ocurrido en Camboya en 1978, cuando los vietnamitas intervinieron en ese país y pusieron fin a varios años de barbarie de los tristemente célebres «khmer rojos». Pero la Guerra Fría lo impidió y un conjunto de naciones, encabezado por los propios Estados Unidos, sometió a Vietnam a una cuarentena, pese a que todo el mundo respiró aliviado cuando terminó aquella trágica experiencia camboyana.

Naturalmente, hoy se vive una nueva época, marcada por el terror del 11 de septiembre, ya no por el fin de la Guerra Fría. Una época con peligros que acechan desde todas las orillas y que incluyen, entre otros, los actos terroristas tipo septiembre o marzo 11, y los denominados suicidas que periódicamente actúan en el Medio Oriente o ahora en Irak.

Ante esas amenazas, que desgraciadamente conciernen a todo el mundo y a cualquiera, la respuesta de algunos gobiernos, los que pueden hacerlo, ha sido de responder a veces con fuerza desproporcionada (Israel) o la de atacar, sin elementos totalmente válidos a quienes quedan designados como responsables de los señalados hechos criminales (Estados Unidos en Irak). El libro recién publicado «Against all enemies» del ex jefe de la división antiterrorista de la Casa Blanca, Richard Clark, afirma que Irak no tenía por qué ser el blanco principal de la lucha contra el terrorismo, pero fue la opción seguida por la administración norteamericana.

La «incomprensión» de la real comunidad internacional (hay otra «comunidad internacional» compuesta generalmente los Estados Unidos e Inglaterra) a cierta fijación de la actual administración norteamericana con Irak y su ex dictador, lleva ahora a analistas norteamericanos, incluso de los que se consideran o son considerados liberales, a catalogar el anunciado gesto del futuro gobierno español, de «huída ante el terror». Con todo y su liberalismo, esos intelectuales hacen total abstracción de la voluntad abrumadoramente en contra del pueblo español a la presencia de sus soldados en Irak.

El riesgo que existe, es que sufra el necesario diálogo, discusión y cooperación entre europeos/latinoamericanos/asiáticos/africanos, por un lado, y norteamericanos por el otro. Sencillamente, porque vivimos en un mundo global y como los problemas tienen esa característica, igualmente deben tenerlo las respuestas o soluciones a los mismos. El terrorismo es uno de esos problemas, pero también lo es el hambre y las enfermedades.

Uno de los mayores obstáculos a esa necesaria cooperación, proviene de los unilateralistas que ideologizan a la actual administración norteamericana. Piensan ellos que su país es el llamado a enfrentar todos los peligros, ya que posee, individualmente, los medios y la voluntad para hacerlo y que las organizaciones multilaterales, o sea, la ONU, son totalmente inútiles. Rigurosamente cierto es lo primero, porque tienen el mejor ejército del mundo y quieren usarlo. Lo que no es cierto es que ellos solos tengan que enfrentar los problemas comunes y mucho menos que la ONU sea todo lo inútil que ellos piensan.

Como es sabido, la ONU fue concebida y fundada sobre la base de los valores occidentales, cuya importancia se incrementó luego de la derrota del eje fascista en la II Guerra Mundial. La organización fue diseñada «por personas nutridas en una tradición de optimismo acerca de lo inevitable del progreso y de la perfectibilidad del hombre». Irónicamente, entre ese grupo de personas, los intelectuales norteamericanos, esenciales en la conformación de la nueva organización e influenciados por los principios «wilsonianos» acerca de la cooperación internacional, eran la fuerza dominante.

A lo largo de todos estos años desde su fundación, la ONU ha adoptado extremadamente generosas agendas, tales como la prevención del uso de la fuerza, la promoción de auto gobierno o independencia para pueblos viviendo bajo dominio colonial, desarrollo sostenible para los países del Tercer Mundo (ahora denominados «en vías de desarrollo») e igualmente, un «derecho de interferencia» en lugares donde los derechos humanos son sistemáticamente violados.

De manera que de colocarse en una balanza, los haberes positivos y negativos de la ONU, no cabe duda que los positivos primarían y que, de no existir, «habría que inventarla» Sobre todo, a la luz de la nueva realidad establecida a partir del inicio de la ya mencionada doctrina de la «guerra preventiva».

A países como el nuestro, pequeños y pobres, y en consecuencia con reducido «peso específico», les toca contribuir a la preservación de la organización internacional no a debilitarla. Sobre el multilateralismo descansa la mayor seguridad que pueden tener todos los países del mundo, especialmente los más débiles. Tarea será de un nuevo gobierno dominicano, el que se inicia el próximo 16 de agosto, la de restablecer un papel más decoroso para la República Dominicana dentro del marco de la ONU, pues como se recuerda, el nuestro fue uno de los países firmantes del acta constitutiva de esa organización en 1945.

Para ello, no tiene el nuevo gobierno que desconocer las decisiones tomadas por la actual administración, por desacertadas que hayan sido, que lo son, pues en un ambiente de restablecimiento del sentido común en el manejo del estado, incluyendo el manejo de la política exterior, no cabría dejar de cumplir con los principios de la continuidad. Racionalidad y modernidad caracterizaron a la administración de los cuatro años que transcurrieron entre el 1996 y el 2000. El retorno a esa agenda es lo que esperamos todos, a partir de los cambios que esperanzadoramente deben tener lugar en nuestro país comenzando el 16 de agosto próximo.

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