La República Quisqueyana

La República Quisqueyana

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Hace 46 años, que el escaso obispado católico de aquel entonces del 21 de enero de 1960, emitió una trascendental carta pastoral que conmovió al régimen tiránico de aquel entonces, y por la rebelión de centenares de jóvenes detenidos, marcó el inicio del fin de una dictadura que ya tenía 30 años en el poder.

El pasado 21 de enero, la acostumbrada y tradicional carta pastoral de la pléyade de obispos dominicanos nos llegó a todos, que aún cuando fue dedicada a destacar la necesidad de convertirnos en discípulos de Jesús, marcó en una forma muy clara las fallas que adornan nuestra conducta como pueblo de una nación desorganizada y desarticulada. Todo como un presagio de lo que pudiera suceder en un futuro muy incierto, quizás no se tomaría los 46 años entre las dos cartas pastorales, para cumplir así lo que anhelan las grandes potencias, acariciando un sueño muy íntimo de ver en los cielos de la isla de Quisqueya una sola bandera.

Desde la última década del siglo XX, y raíz de la aventura política de Aristide, los Estados Unidos, Canadá, Francia y menor escala Venezuela, se convirtieron en los amigos y mentores de Haití; con muchas promesas de ayuda a ese empobrecido pueblo, han tratado por todos los medios, incluyendo invasiones y ocupaciones pacificadoras en convertirla en una nación, pero a la vez incitando a que los dominicanos derriben la frágil frontera para permitir el libre tráfico de los habitantes occidentales, y eventualmente, si ocurriera un conflicto entre los dos pueblos, ocupar la isla para llevarla a un fideicomiso y fusionarlas en un sólo cuerpo político u constitucional que sería la república Quisqueyana del siglo XXII.

Los obispos dominicanos están muy claros, y al tiempo que promueven que volvamos los ojos a la vida de Jesús, y beber de sus enseñanzas para convertirnos en sus discípulos y aplicar sus enseñanzas para que nos ayude a sacar a esta nación, desorganizada y desarticulada, llena de corrupción, para evitar males mayores a los actuales que hasta ahora son juego de niños. Pero se avizoran tiempos más difíciles si persistimos en una ceguera increíble, ignorando a los haitianos y todo fruto de las ambiciones y terquedades, así como ineptitudes de los políticos, y de muchos de los empresarios, que no saben compaginar el desafío de un mercado abierto a la competitividad y la eficiencia.

Los obispos católicos han sido muy responsables en plantear, bajo la necesidad de convertirnos en discípulas de Jesús, señalar todo los males que nos aquejan y que hablan muy mal de la conducta y ambiciones en donde las de los políticos se destacan sobre las demás, llevando el sello de la corrupción en todas sus acciones. Eso empaña de mala manera el concepto que como pretendida nación civilizada se pudiera tener en otras latitudes, pese a que el país es en la actualidad el mejor destino turístico de la región caribeña, que con 60 mil habitaciones hoteleras, acogen anualmente cerca de 4 millones de visitantes.

Los obispos han cumplido con su misión con esta carta pastoral, en donde se deja entrever que su plan nacional de pastoral no ha sido lo más exitoso posible, donde se destaca la indolencia de los católicos para asumir su rol de seguir al discipulado de Jesús. Se prefiere adaptarse a lo que se vive en la actualidad, que es una distorsión de los valores morales y de conducta, que nos ha convertido en una sociedad, por no decir nación, desorganizada, desarticulada y en permanente desorden, donde nada se respeta, y la violencia y lo mal hecho, reciben la recompensa terrenal de vida ostentosa y disoluta, arrolladora de los derechos de los demás.

Hay tiempo para rectificar el rumbo hacia la disolución, dejando de lado las voces que hablan de provocar un enfrentamiento con Haití, es necesario que los políticos, si es que quieren reflexionar acerca de sus ambiciones, lo cual es difícil ya que las aspiraciones por ser millonarios con los recursos de la nación, los mantiene separados de la realidad. De esa manera están afilando cuchillos para sus gargantas y para sus descendientes, que tarde o temprano, se darán cuenta de quienes fueron los sepultureros de la nación dominicana, y que no se diga después que los obispos católicos y otras voces sensatas no lo advirtieron. 

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