“La Residencia” de María Castillo y Haffe Serulle: el encanto visual del teatro

“La Residencia” de María Castillo y Haffe Serulle: el encanto visual del teatro

El teatro contemporáneo, tan inventivo y experimental como lúdico, libera todas las actividades visibles para el público, y los personajes suelen surgir, con una disposición escenográfica excepcional, implicando directamente a los espectadores en las aventuras de destinos míticos.

Los sentidos, la inteligencia y la emoción se conjugan, la voz sugiere un material que se esculpe, los cuerpos son formas y volúmenes, líneas y signos pictóricos. Este fenómeno sucede diariamente en la obra (re)presentada en la Galería Nacional de Bellas Artes, proponiendo un espectáculo a la vez barroco y construido, realista y surreal. “La Residencia” es de hecho una creación conjunta de María Castillo y Haffe Serulle, puesto que él la escribió para ella, y que ella le imprime una tensión y un movimiento dramático perturbadores y permanentes, desde antes de que comience… hasta el final abierto.

Hace mucho que nosotros sentíamos la necesidad de ver a María Castillo. Esa inmensa y poderosa actriz, de recursos impresionantes, desgastándose en cada entrega y agotada por su “performance”, resucita, más fuerte que nunca cuando termina o más bien culmina en el desenlace. Haffe Serulle, formidable dramaturgo, expresionista y onírico por excelencia, exigentísimo en la estética de cada elemento, al mismo tiempo que socialmente comprometido y satírico, era el forjador (y director) ideal para esta sublimación de la vida, la soledad y la muerte.

“La Residencia” , vibrante, sensual, cruel, es también poesía, epopeya de la (des)memoria y el reeencuentro, con un texto magnífico y delirante… Si la obra se centra en el protagonismo y papel estelar de la Señora, en su total ausencia de complacencia y su profundo dolor existencial, los demás actores, Stuart Ortiz – el Hombre- y Yasiris Báez –la Muchacha-, cómplices, víctimas y verdugos, la saben acompañar con una intensidad y una versatilidad admirables, con cualidades vocales estremecedoras de sonidos alucinatorios, con una gestualidad casi acrobática. Ojalá el porvenir, en nuestro país imprevisible, les brinde las oportunidades que merecen su talento y su trabajo.

Un espectáculo compartido. Partiendo de su mesa-camerino, María Castillo, transformada por el maquillaje, ha ampliado su frente, apretado pelos y usado peluca exuberante, aplicado su máscara de capas blancas y colorete escarlata. ¡Hasta pensamos en la pintura facial del teatro chino! El traje suntuoso y supuestamente polvoriento acaba de cambiarla y darle una belleza ignota, como ícono de la pasión y la desesperanza. Su expresión –basta con la simple mirada interior– es incomparable. Un simple gesto es una obra maestra, así cuando ella levanta la mano para el guante o mueve los dedos para los anillos. De repente, pensamos en “La Folle de Chaillot”, estrafalario personaje de Giraudoux, pero es referencia muy personal.

María se ha preparado para convertirse en la Señora y deambular, increíblemente ágil y enérgica, por una sucesión de lugares –reales-imaginarios-, en la Residencia de su pasado, de sus años felices y atormentados, en companía de sus dos “alter ego” y de sus invitados –el público que la seguirá hipnótico y permanecerá a su lado en aquel itinerario de la remembranza–. Sí, todos, dóciles y fascinados, se integran naturalmente a la representación y se desplazan junto a los actores, en sucesivos episodios y estaciones, la cruz favoreciendo la simbología del calvario.

Las dos plantas de la Galería han sido aprovechados magistralmente, respetando y aun aprovechando las exposiciones en curso… Escalera, planos inclinados, tablas y puntos de apoyo se suceden al compás de los recuerdos, y los juegos de luces, fundamentales, orientan y determinan el impacto visual. El espacio escénico se modifica constantemente, en la altura o en la horizontalidad. Son cuerpos en metamorfosis, su repertorio de expresión corporal y gestos nos cautiva, es teatro total con una visibilidad perfecta. Temíamos que la participación del público pusiera a prueba la concentración. No, cumplimos nuestro papel de “voyeurs”… y la técnica está óptimamente coordinada.

 Interrelación

Hay una interrelación permanente entre escenarios, actores y espectadores que forman parte de la dinámica del movimiento, su ritmo, sus pausas. Recordaremos las sucesivas escenas como los cuadros insustituibles… de una presentación que debe repetirse en distintas partes del país y ciertamente en el exterior. “La Residencia” es gran teatro que concierne al oído y el ojo.

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