La resurrección de los dioses

La resurrección de los dioses

POR DELIA BLANCO
La exposición de fotografías de Claudio Espejo, son revelaciones, testimonios, de una sensibilidad  encontrada a través de los siglos. Esta magnifica muestra titulada “El Adiós de los Dioses” tiene dos meses en exhibición en la Galería de Arte Alinka, ubicada en la calle Santiago esquina Pasteur, de Gazcue.

El continente asiático es tan inmenso que tanto América como Europa se olvidan del conjunto de países del Sur-Este de Asia que conforman la península de Indochina en la que encontramos a Viet Nam, Laos, Birmania y Kampuchea, denominación ancestral en lengua jemer, es decir, Camboya, que aquí es el país y la civilización que nos interesa.

La exposición fotográfica de Claudio Espejo “El Adiós de los Dioses” nos lleva a implicarnos en esta resurrección de una de las civilizaciones más antiguas del Universo que después de haberse sumergido en un intervalo de cinco siglos en el olvido vegetal de la jungla tropical asiática, vuelve a renacer gracias a las imágenes de este artista dominicano, años después de haber sido identificadas por el explorador francés Groslier, quien se extasía frente al Naga, serpiente sagrada que se enrolla en las piedras de las estatuas hinduistas y budistas del conjunto estatuario de Angkor.

El mundo de las civilizaciones vive y muere en el universo gracias al ojo, a la emoción y a la evocación de los artistas. La genialidad del encuentro que hoy nos concierne, consiste en que sea en el 2005 cuando Claudio Espejo, artista visual dominicano, casado con una vietnamita residente en París, a quien  conoció en Moscú, se acerque a Camboya en uno de sus viajes familiares, y específicamente en Viet Nann sienta como el escritor francés Loty “la piedad predicada por Buda y Jesús, y la compasión de Alah”.

Las ruinas de Angkor, y todos esos lugares históricos en el Valle del  Mèkong,  nos dicen que las civilizaciones se juntan y se mezclan por encima del vano poderío de las ambiciones políticas. El genio hinduista llegó en plena contemplación budista con la suavidad de una nave sobre el mar…

Angkor, capital de la civilización jemer nos dice que en  el sur-asiático hay puntos de encuentros,  de hibridaciones, de mestizaje y de alquimias humanas indetenibles.

 Aquí se juntaron los musulmanes de Indonesia y Malasia, con los hinduistas de la India y con los budistas que llegaron de China, por eso, Angkor lleva al visitante a un estado de peregrinación espiritual donde el peregrino cruza en pocas horas más de siete mil años de historias pisando una tierra roja y viva como la carne…

Cuando Groslier encontró la civilización cubierta por la jungla, supuestamente debió sentir las mismas referencias poéticas que nos trae a Santo Domingo Claudio Espejo en sus fotografías, que podrían manifestarse en estas palabras de Pierre Loti: “la lluvia se sentía en el frescor de tanta vegetación mojada y en este gran silencio es cuando me llegó mi mayor e indescriptible alegría por sentirme vivo frente a estos Dioses”.  Es, esta emoción estética que hemos encontrado en la exposición de Espejo, en la que observamos la belleza monstruosa de unas raíces sempiternas ahogando un muro de piedras; viendo también la tesitura del musgo sobre las enfermas piedras en las mejillas de las Diosas y de las Bailarinas con gestos de Shivas. Esta magnificación de la eternidad en la que se junta la obra humana con la soberbia eterna y vegetal de la tierra es el punto clave de estas visiones.

Estas miradas nos conducen a muchas reflexiones: las civilizaciones se concretizan en obras materiales y se van en el olvido de los conflictos humanos, pero el vestigio siempre perdura como patrimonio de la humanidad. Ni la invasión belicosa de las islas de Java, ni las pretensiones hinduistas, ni el acecho chino, pudieron anular, aniquilar la civilización Jemer; todo lo contrario, se hizo de todos estos encuentros, y el ser humano tuvo la genialidad de construirse con todos estos aportes; por eso hoy, después de los cinco siglos de invasión botánica y vegetal, y del genocidio de Pol Pot, en el año 1974;  los jemeres, en una palabra el pueblo de Kampuchea sigue vivo y se reconstruye a través de su vía real, a cielo abierto y con un pueblo resucitado que vuelve a adorar a sus dioses. Por eso hoy, quien viaja a Camboya como lo hizo el artista dominicano Claudio Espejo volverá a ver como los jóvenes monjes budistas, vestidos de paños color azafrán, la resurrección de sus mitos y creencias, y el milagro del trabajo, la fe y el espíritu!

Los Dioses gigantescos de Angkor siguen mirando hacia el infinito con sus manos juntas, palma  con palma en un gesto recogido de meditación eterna. Ni las guerras   ni la colonización  pudieron anular su presencia.

La  historia es tan sabia que es justamente, el abuelo de  Groslier, funcionario del protectorado francés, que saca  a la luz de la jungla la ciudad de los Dioses.

La exposición de fotografías de Espejo, son revelaciones, testimonios, de una sensibilidad  encontrada a través de los siglos.

Estamos frente a un templo convertido  en ciudad, con inscripciones en sánscrito en la misma piedra que nos ofrecen un mundo de formas caligráficas  talladas con  finos  cinceles.

Los bajo relieves marcan claramente las influencias  hinduistas del  séptimo y octavo siglo, en las fachadas de los templos las diosas  bailarinas, con sus coronas y brazaletes  en los  tobillos y las muñecas nos recuerdan las posturas  rituales y  ancestrales de las princesas hindúes.

Indiscutiblemente, Kampuchea o Camboya son un punto de encuentros de la humanidad.

La  lección  queda  clara, la espiritualidad  triunfa  siempre  frente  a la barbarie y  alas  violaciones bélicas, son enseñanzas  que tenemos  que tener presentes, porque se han repetido en la historia.

Camboya, simboliza  el triunfa de la civilización, sobre el despotismo y la crueldad de una guerra civil ideológica que quiso anular siglos de cultura, arte y espiritualidad.

Hoy  día, el patrimonio  jemer, triunfa de la selva y de la crueldad, sobrevive y nos dice  que  Asia, principalmente  esa  península de Indochina, ese  valle  del  río Mékong, son tesoros de la Humanidad  entera, punto  geográfico genial, donde se juntaron hinduistas, budistas, y musulmanes en  diferentes  etapas y momentos de la historia para dar al  mundo una reserva dónde el arte  y la naturaleza se  enfrentan para mantener la eternidad.

Ese  asombro, ese choque entre la fuerza  vegetal, el tiempo,  y las creaciones es lo que Espejo experimenta  a partir de su lente, abriéndonos un  diálogo interesante e intenso con la civilización asiática jemer.

El conjunto de las fotos se construye a  partir de las  perspectivas  de luces que nos  llevan hasta el descubrimiento de la estatuaria y de las  edificaciones  sacras, en un ritmo  visual, contemplativo y prudente  a paso de  explorador.

Los tonos de luces, hacen vibrar el espectador cómo si estuviera  en el mismo pulmón de la selva.

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