La resurrección

La resurrección

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Coincidiendo con la primera luna llena, después del inicio de la Primavera, el cristianismo inicia en el día de hoy las celebraciones de la parte medular de su doctrina, cuando conmemora de una forma vistosa los padecimientos terrenales del Hijo de Dios, para luego alegrarse con su resurrección, tres días después de su muerte en la cruz.

Los evangelistas del Nuevo Testamento fueron muy cuidadosos en su lenguaje para narrar de como el Hijo de Dios, Jesucristo, resucitó dejando vacía la tumba donde había sido llevado su cuerpo después de la infamante muerte de cruz. Los seguidores se vieron en tremenda disyuntiva acerca del destino de su cuerpo, hasta que comenzó a aparecérseles, primero a las mujeres encabezadas por María Magdalena, luego a los discípulos de Emaús y días después a los apóstoles que llenos de temor se habían refugiado en una morada en Jerusalén.

La fuerza del cristianismo, tan debatida a través de los cientos de años de la fe, ha estado basada en la perdurabilidad de la esperanza de los seguidores de Jesús acerca de la promesa de la vida futura, la cual se convierte en la meta de los terrestres creyentes del cristianismo, de que la lucha en la vida corporal no será en vano cuando se transfiera la existencia a otro nivel muy distinto, que ya una vez Jesucristo la había definido de un ambiente en que no habrían parejas y el cuerpo como tal ya no existiría.

El momento culminante de la vida de Jesús en la Tierra estuvo centrado en su enorme sacrificio de ser inmolado, bajo la obediencia al Padre, de una manera humillante y terrible para que su posterior resurrección acumulara más fuerza y atracción a los seres humanos. Desde ese entonces cambiarían su razón de ser para integrarse de lleno a la búsqueda de una vida más trascendente, distinta a la que se había vivido hasta ese entonces con el desarrollo de civilizaciones como la romana, la egipcia, la persa y la ateniense.

El período de la vida de Jesús, que conmemoramos en estos días, estuvo marcado por la urgencia de la hora cuando los acontecimientos se precipitaron para cumplir los objetivos del Padre, que para sembrar el amor del prójimo, era necesario que se derramara la sangre del Cordero que muchas veces quiso sacudirse de ese destino y rogaba al Padre que lo eximiera de esa horrible muerte a tan temprana edad.

Los evangelistas, Mateo, Lucas, Juan y Marcos, describen en su estilos las últimas 72 horas de la vida de Jesús, desde que llega a Jerusalén, siendo aclamado por las multitudes como si fuera ya casi un rey, para luego enclaustrarse con sus apóstoles en una cena. Con un largo parlamento sembró las bases de su doctrina de amor y de cómo debía conmemorarse su vida en base al simbolismo del pan y del vino. Luego, la captura en el huerto, llevado a los sumos sacerdotes a Herodes, a Pilatos y a los soldados romanos que sin nombres se encargaron de azotarlo y cargarlo con una pesada cruz, mientras era martirizado sin misericordia hasta que fue elevado sobre la tierra para expirar, no sin antes exclamar palabras históricas que son base de profundas meditaciones e interpretaciones.

La fe, que han profesado millones de seres humanos, cobijados bajo la sombrilla del cristianismo, llevó a muchos a convertirse en seres inmolados, como los primeros cristianos que fueron el festín de fieras en los circos romanos, hasta llevar a cabo tareas eximias del amor divino consagrándose a sus semejantes, como lo proclamaba Jesús con el amor al prójimo. Los ejemplos dignificantes de un San Francisco de Asís y de una Madre Teresa de Calcuta proclaman la grandeza de la fe cristiana, pese a que se mezclan los negros momentos del cristianismo cuando hombres se cobijaron bajo la sombra de la cruz para propiciar horrorosos episodios de la humanidad que ensombrecieron el papado de los siglos XV y XVI y que culminaron con la reforma protestante de los años treinta del siglo XVI.

Entrando en el siglo XXI, la fe cristiana adquiere otro significado, pese al desmoronamiento de tantos valores morales en los países occidentales. Pero el cristianismo todavía se conserva como la única esperanza de salvar al mundo de su deslizamiento hacia una sociedad, sólo creyente en sus poderes por el dinero y de alcanzar los placeres a como dé lugar, dejando de lado los valores que hicieron grandes a países como los de Europa. Luego, los europeos llevaron sus civilizaciones al continente descubierto, cuyos valores sembrados en los Estados Unidos les dio el estímulo para convertirse en imperio, donde sus actos de premio y castigo están dominados bajo el criterio que son los elegidos de Dios para guiar y ordenar al mundo a su imagen y semejanza dejando poco espacio para el amor al prójimo, como lo predicara Jesús y de cómo los sintetizó en sus días finales en la Tierra.

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