Con Panamá ya son siete las veces que se han reunido los presidentes y gobernantes de los 35 países americanos, con discursos para todos los colores y gustos, sin iniciativas o ideas concretas para un consenso sobre cómo atacar de manera efectiva la pobreza y marginalidad que afecta a más de la mitad de los 900 millones de habitantes del continente. En todas ha faltado esa síntesis de opiniones y la de Panamá no fue excepción, lo demuestra que ni siquiera fue posible escribir una declaración sobre el lema prosperidad y equidad. Venezuela exigía incluir una condena a los Estados Unidos por los últimos acontecimientos que han enturbiado las relaciones entre los dos países, obstáculo que el Presidente de Panamá como anfitrión-mediador no pudo superar.
Mientras tanto, la pobreza y la desigualdad en la región aumentan, porque la falta de una fórmula propia sobre qué hacer para reducir la extrema concentración de la riqueza, y lo peor es que resulta evidente de que no exista voluntad política identificarla. Fórmula que debe ser diferente, en Europa por ejemplo, prosperidad y equidad se relacionan con la evolución de la economía, su problema es de otra naturaleza, el lento crecimiento, lo que los economistas llaman estancamiento secular. En nuestra región el crecimiento aumenta el número de pobres.
La reunión de Panamá aporta para la historia apretones de manos, fotos y la reunión Obama-Castro, posiblemente serán símbolos del inicio del final de la guerra fría en el Caribe. Para los Estados Unidos, el acuerdo con Cuba resuelve las discrepancias con los “demás países contestatarios”. Pero eso no es por ahora.
No se habló de normativas que cuando se aplican crean situaciones que hacen inestable los ingresos de los que generan cultivos agrícolas de regadío, actividad que en la región impacta la distribución de ingresos. Para ser rentables deben exportarse, pero existe el problema de las cuotas bajo el DR. Cafta y otros mecanismos que limitan el volumen. El problema de la falta de ingresos lo recordó el presidente Medina, dijo que los dominicanos no pueden hacerse cargo de la totalidad de los problemas económicos y migratorios de Haití, que la comunidad internacional debe hacer su trabajo.
América latina y el Caribe tienen la obligación de hacer las cosas diferentes y debe ser rápido, sus problemas económicos y sociales históricos se agravaron desde la crisis del 2008, se demostró que la fórmula de los derivados financieros para multiplicar de manera mecánica los recursos del crecimiento económico sin distribución, sirvió solo para beneficiar a banqueros y concentrar aun más la riqueza. Lo peor es que los culpables todavía no pagan el costo de la crisis y los organismos internacionales carecen de respuesta sobre qué hacer para evitar que se repita. Si se suma que los jefes de Estados de la región envían el mensaje de que nada cambiará, que prefieren agotar sus periodos de gobierno sin asumir retos, la frustración podría apoderarse de los ánimos. Escenario que podría conducir a presión social en reclamo de que cambien las cosas, el modelo como dicen los expertos, porque es intolerable el constante aumento de la brecha que separa a ricos de la gran población.