La revista de vehículos, un impuesto disfrazado

La revista de vehículos, un impuesto disfrazado

DIÓGENES CÉSPEDES
La revista de vehículos de motor es, desde el gobierno de Salvador Jorge Blanco, un impuesto disfrazado que viene a resultar infuncional, por ineficaz y discriminatorio y obsoleto, además de resultar oneroso y poco rentable para los gobiernos con vocación fiscal insaciable. 

 La primera razón es que para pagar este impuesto hay que ir al Banco de Reservas y comprar un recibo de 45 pesos, presentar la copia de la matrícula del vehículo y la cédula del comprador del formulario. La cantidad de tiempo que pierde el empleado bancario digitando los datos de cédula, matrícula y formulario sobrepasan con creces esos 45 pesos devaluados. No digo ya el tiempo que pierde el usuario que debe salir de su trabajo o de su actividad pública o privada, desatender lo que le deja beneficio a él y a la Dirección General de Impuestos Internos.

A esto se suma el proceso final que consiste en ir al lado oeste del Estadio Quisqueya, contiguo al de boxeo Teo Cruz; hacer la fila, esperar que le toque su turno, entregar el formulario que demuestra que los 45 pesos fueron pagados, entregar una copia de la matrícula y si al usuario se le ha olvidado que debe anexar una fotocopia del seguro, debe desmontarse del vehículo e ir a una de las fotocopiadoras que cobran cinco pesos por el servicio.

Comienza entonces el proceso de revisión, cree usted. No hay tal revisión. Lo que los inspectores deben revisar es si el vehículo tiene el triángulo que se coloca detrás del vehículo en caso de accidente o de cambio de neumático; si el vehículo tiene un extinguidor: si tiene un botiquín y si tiene gato, llave de ruedas. Luego viene, teóricamente, la revisión de las luces de todo tipo, las cuales deben estar impecables. Todo esto es lo que la disposición que creó la revista vehicular debe contener.

Pero no crea usted, iluso, no hay ya tal revisión. El sentido común les enseña a los inspectores que los vehículos nuevos son de cajeta y no tienen problema. Eso no se revisa. Ni siquiera se constata que hay triángulo, extinguidor, botiquín, llave de ruedas y gato. ¿Cómo no lo va a tener un vehículo lujoso y nuevo que ha costado más de un millón de pesos?

Tampoco a los que aparentan de medio uso y estar en buenas condiciones, se les inspecciona. El sentido común les dicta a los inspectores que eso está nítido. ¡Cómo van a perder su tiempo en lo que es evidente! La disposición se ha vuelto tan obsoleta que los inspectores saben que es un discrimen, pues el 50 por ciento de los vehículos que circulan en las calles del país son chatarras y que resulta menos que una locura detenerlos por carecer de la revista de vehículo de motor. Mucho menos pensar en triángulo, botiquín o extinguidor. Si falta una llave de ruedas, se le pide al colega conductor, se cambia la goma y se le devuelve cuando se encuentren en la misma calle.

¿Qué hacen los inspectores? Toman los documentos, se los entregan a una escribiente (no es problema de género, no, pero todas son mujeres casi en un cien por ciento), estas anotan los datos pacientemente y cuando terminan se la entregan, con el marbete, al inspector. Este entra al vehículo y a  cada propietario le reza el rosario: No se preocupe y déme para «lo refreco».

Usted abandona el sitio y se pregunta por la investigación acerca de la pequeña corrupción realizada recientemente por el Centro Universitario de Estudios Sociales y Políticos de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y se persigna y pregunta a Dios, ¿por un impuesto de apenas 45 pesos, esa cohorte de inspectores pide para un refresco? No existe en esta sociedad conciencia de los límites. La tetralogía nihilista (consumo, hedonismo, permisividad y relativismo) arropa a la sociedad en su conjunto.

Necesitamos dos especialistas, uno en recursos humanos y otro en economía, para que nos digan cuántas revistas de vehículo de motor hay en el país, cuántos millones producen al fisco y cuántas horas de trabajo al año pierden los dueños de esos vehículos o a quienes envían a realizar esta diligencia y cuántos inspectores, escribientes y empleados bancarios laboran para cumplir este proceso, cuánto se les paga al año por concepto de sueldos y cuántas horas hombres emplean para ejecutar esta rutina. Y todos estos recursos en dinero, horas de trabajo, papeles y sueldos, ¿no podrían ser usados de otra manera para mejorar la ley del tránsito?

Esa revista de vehículos de motor debe ser abolida obsoleta, ineficaz, gravosa, antieconómica y discriminatoria y a ese ejército de burócratas cuya molicie se incentiva y paga, que se le busque una racionalidad más capitalista.

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