La Revolución del Presidente

La Revolución del Presidente

FIDELIO DESPRADEL
Habló el Presidente. El protocolo nos obliga asumir que hablaba en serio, cuando dijo en Taiwán: “que en los próximos dos años República Dominicana vivirá una revolución democrática para implementar todas las reformas institucionales que ayuden a consolidar su progreso, pero teniendo siempre al pueblo como único y verdadero protagonista”.

Pero resulta que el señor Presidente y el otrora vigoroso partido del profesor Bosch, que sus herederos convirtieron en un viejo partido, aventajado discípulo de los “otros dos”, tienen ya una historia. O sea, no se trata, en este caso, de algo que los dominicanos y dominicanas no conocemos; que podemos, como pasó en 1996, ilusionarnos con sus discursos moralizantes y de revolución social. Ya al PLD y a su nuevo gobierno lo conocemos bien, e incluso, ese mismo PLD, y los otros dos, nos acaban de montar uno de los espectáculos más emblemáticos de perversión política que humano pueda haber observado en su vida, gastando, los tres, pero principalmente el partido en el poder, miles de millones de pesos en la perversión moral del país.

Resulta ahora que ese partido y esos dirigentes son los que, en un acto de magia, van a convertirse en revolucionarios y patriotas, para encabezar “una revolución democrática” en este país tan necesitado de una verdadera revolución en el campo de la ética y de todo lo que tiene relación con los derechos a la educación, a la salud, al trabajo, a la defensa del patrimonio natural y patrimonial, y la defensa y desarrollo de la producción nacional.

Entonces, antes de hacer un ejercicio de reflexión para colocar el alcance de las afirmaciones del señor Presidente en su verdadero contenido y dimensión, tan solo sopesemos las siguientes realidades:

Reforma Constitucional: El PLD borró de un plumazo la defensa que ha realizado, desde su fundación, de una modificación constitucional en base a una Constituyente, por elección popular, y, por boca del Presidente de la República, le ha planteado al país modificar la Constitución en base a una consulta con “las fuerzas vivas”, coordinada por monseñor Núñez Collado. Algo parecido a aquel Diálogo Nacional, donde se consultó con “todo el mundo”, se gastó “todo el dinero del mundo” para que, finalmente, las cúpulas tiraran al zafacón sus conclusiones e hicieran lo que más le convenía, como lo vienen haciendo desde 1966.

Nos habla el señor Presidente que también habrá una “revolución democrática” en la “política económica y social”. Pero resulta que en casi dos años de ejercicio, el Gobierno ha gastado miles y miles de millones de pesos en un metro que nadie sabe cuánto le costará al país en subsidios mensuales, cuando éste se haya terminado, pero la educación, la salud y la seguridad social, un derecho universal y una responsabilidad del Gobierno, caminan como el cangrejo, bajo el Gobierno que va a realizar la mentada revolución.

¿Y las otras reformas? Fíjense bien. Una de las grandes batallas que tenemos por delante los dominicanos y dominicanas está relacionada con la “reforma” sobre la producción y uso del agua que tiene en carpeta el Gobierno, cuyo proyecto fue elaborado por el Banco Mundial siguiendo un patrón ya impuesto en otros países, donde los poderes internacionales plantean la privatización de este servicio; privatización de presas y obras conexas, pero también la privatización de las fuentes primarias del agua, como son las montañas y los bosques.

Fue el Gobierno del “viejo PLD” el que metió al país en lo de la privatización, de muy triste recordación. En la República Dominicana de hoy, cuando se habla de servicios de educación y de salud, se habla de hospitales, escuelas y servicios privatizados; lo de las playas y las mejores tierras estatales de vocación turística, es una historia bien conocida, y la voracidad del actual secretario de Turismo con Bahía de las Águilas, y del secretario Selman con la Isla Artificial, son tan sólo pequeñas muestras de esta revolución democrática. ¿Pero y lo de Sans Soucí, donde hay un inmenso negocio de valorización del capital en base a esquilmar al Estado, de una dimensión desconocida totalmente por el grueso de los ciudadanos, porque éstos no conocen las inmensas riquezas que hay río arriba, en los humedales del Ozama y el Isabela, y la revalorización de todas las tierras, playas e instalaciones que se traspasó, alegremente, al capital privado.

Habría que preguntarle al señor Presidente si esa “revolución democrática” va a alcanzar lo relacionado con la ética, como cuando éste prometió, con bombos y platillos, esa revolución contra la corrupción, ese 16 de agosto de 1996. Todos sabemos en lo que terminó aquello.

Los últimos ecos de esa inmensa involución moral la vimos en las pasadas elecciones, protagonizada por el sistema político que se le ha impuesto a la Nación.

De manera que preferimos pensar que aquello de “revolución democrática” fueron tan solo unas palabras emocionadas del señor Presidente, deslumbrado por ese territorio de la China Continental que es Taiwán.

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