La revolución que necesitamos

La revolución que necesitamos

DIÓMEDES MERCEDES
La magnitud de toda edificación no la determina la voluntad de los diseñadores, sino la naturaleza del suelo, su extensión, solidez de la zapata y el caudal de los recursos disponibles.

Así sucede también para construir proyectos políticos serios, como el que habría que considerar para enmendar la mala situación socio-económica por la que las y los dominicanos ven tan limitados su calidad de vida y su progreso.

La Revolución Democrática Avanzada que promovemos, como alternativa, será tan reducida o amplia como ella misma pueda convocar e incorporar a su proceso al mayor número posible de actores sociales,  comunidades y personas  a su erección. De lo contrario sería otro intento fallido o degeneraría en despotismo por falta de bases y raíces democráticas.

Pero la anterior incorporación dependerá tanto de la situación material que causa la asfixia de nuestra gente, como de sus estados de ánimos para con lo político que se le oferte, temiendo y no sin razones, salir de «guate- mala» hacia «guate-peor».

Las desmesuras del radicalismo progresista, igual que las prisas maniobreras cuyunturalistas de sus individuos, impiden la obra que necesitamos, sustituidas muchas veces por volátiles tiendas de campañas, bajo de la que el pueblo no se aloja, al percibir que ni cabe ni puede guarecerse en ellas.

El ánimo actual de nuestro pueblo es más sutil, sabio y vigoroso que nunca antes, y por lo sabio, no invertirá en tales proyectos, a sabiendas de que esas corrientes no pueden alterar en medida alguna las colosales estructuras del estatus quo, hecho por colectivos de corporaciones todopoderosas, que primeramente gobiernan nuestras mentes, seguido del dominio económico, del cultural ideológico, y finalmente del político represivo, con lo que obtienen nuestra sumisión y/o envilecimientos.

Ante tales escudos o murallas tras los que se parapetan coaligados los belicosos opresores de la humanidad, hace falta un trabajo colectivo creativo y paciente, para independizar ideológicamente a los pueblos de esos anticuerpos de la humanidad, a los que debemos oponernos, con tan estimulantes y tan extraordinarios ánimos, como aquellos (aunque estrictamente militar) con los que Cayo Julio César y sus legiones romanas emprendieron la conquista de La Galia, frente a Vercigentorix,   un contendiente de su talla,  sitiándolo en su fortaleza de Alesia, derrotando simultáneamente a éste en ella y a 200,000 galos que por el llano acudieron al rescate de su líder. Tal victoria fue posible por el estado moral de cada soldado y porque oficiales y tropas tomaron esa operación como una albañilería detalle por detalle, sin prisa ni pausa, en el contra-amurallamiento y en cada lance.

Modernamente, no es el liderazgo de un César, un Fidel o un Chávez lo que necesitamos; sin restarle méritos ni solidaridad. Es otro el liderazgo de esta lucha. Se trata del liderazgo de la idea, que en alguien hombre o mujer, civil o militar, encontrará su capitán, como cuando en la Restauración de la República.

Esta vez viviremos el festejo del renacimiento de la patria de justicia que no hemos conquistado y que habrá de constituir la zapata principal sobre la que nuevos procesos participativos continuarán edificando gradualmente nuestro futuro, más y más humano, hasta coronarse con el socialismo. «El conocimiento es el comienzo».

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