Marco Polo, aventurero y navegante italiano, se hizo famoso sobre las caravanas de comercio entre Europa y China cuya carga fundamental era la codiciada seda asiática que adoraban, especialmente, las señoras de las aristocracias europeas. Ese comercio trascendió como la “ruta de la seda”. Marco relató sus aventuras y experiencias extraordinarias encontradas y vividas en China asombrando a todos. Muchos dudaban que todas aquellas maravillas fueran ciertas y una anécdota ha circulado por siglos en el sentido que ya en lecho de muerte se le preguntó si eran ciertas las cosas que había contado y el moribundo habría dicho que no, no lo había dicho todo porque le habrían creído menos. Retomando aquella vivencia el presidente Xi Jinping hizo público en 2013 un ambicioso y espectacular proyecto de interconexión terrestre y marítima que conectando 70 países abarcaría al 66% de la población mundial. En estos momentos, solo seis años después, ya es en gran medida un hecho concreto y no cesa de extenderse ampliándose y alargándose. El presupuesto inicial rebasa los 300 mil millones de dólares y, al final, estará absorbiendo millones de millones aportados mayoritariamente por el gobierno chino. La propia China pretende contar con una red de 30 mil kilómetros ferroviarios para trenes de alta velocidad. Uno de los hechos tecnológicos sorprendentes es la velocidad con que extiende las vías partiendo de maquinarias fabulosas de elevada eficiencia.
Bautizada como la “Nueva Ruta de la Seda” en realidad es conocida como “Una Franja, Una Ruta” –Belt and Road Iniciative, en inglés– comprendiendo la construcción de múltiples proyectos de infraestructura a lo largo de medio mundo con corredores terrestres y rutas marítimas para facilitar, viabilizar y agilizar el comercio con Asia, África y Europa Oriental y Occidental. Hasta los hipercríticos reconocen que es el proyecto de más alcance que se haya ideado jamás. La línea marítima, al menos en su fase inicial, atraviesa el Mar de China, el Océano Indico, el Cuerno de África, el Mar Rojo y alcanza al Mediterráneo. En verdad, con ello China deviene un eje crucial del comercio global –desde el 2006 es el líder, con mucho, de las exportaciones del mundo -, y ello desespera y exaspera a sus nuevos adversarios que en vez de visualizar como se podrían beneficiar pretenden detener lo indetenible. Van perdiendo tiempo. Más temprano que tarde la abrumadora mayoría de la comunidad mundial se insertará en el proceso y buscará sus beneficios. Las ventajas, necesaria e igualmente de manera inevitable, correrán en las dos direcciones.
De hecho, La Ruta y la Franja transforman el mapa geoeconómico y geopolítico mundial, escenario en el cual ya hay nuevos actores y nueva puesta en escena. Los francotiradores contra el proyecto recurren a argumentos algo insólitos; dicen es interés de China, lógico, pero el resto también sacará provecho; advierten que los países se endeudan pero quienes se preocupan por esas deudas son grandes acreedores de esas naciones en las que, ciertamente, han dejado pocas infraestructuras. El recorrido me ha sido extenso y debo hacer trasbordo para seguir la próxima semana