La salud, de pie

La salud, de pie

Las extremidades inferiores de las cuales dependen nuestros desplazamientos y estabilidad al caminar, no sólo soportan el peso de nuestra anatomía, sino el de muchos dolores y trastornos que repercuten en todo el organismo y podrían evitarse.

Los pies no sólo constituyen una de las principales características de nuestra condición humana al convertirnos en seres bípedos, sino que además son uno de los grandes pilares de nuestra salud.

Permiten que desplacemos el cuerpo, favorecen nuestra estabilidad al caminar y amortiguan los impactos que recibimos durante la marcha. Asimismo, poseen una gran sensibilidad que nos posibilita relacionarnos con el entorno gracias al tacto.

Pero los olvidamos, descuidamos y maltratamos, causándoles infinidad de trastornos que podrían evitarse fácilmente.

En vez de preguntarse qué hacen sus pies por usted, conviene preguntarse qué puede hacer usted por el complejo órgano que soporta su peso corporal y le permite andar erguido. Los especialistas brindan una serie de consejos de cuidado general para mantener nuestros pies sanos y en forma, para siempre.

Los consejos de los traumatólogos y podólogos están especialmente destinados a la población femenina, la cual soporta la mayoría de los padecimientos de los pies.

Cerca de la mitad de las mujeres de más de 50 años tienen juanetes, un trastorno que causa dolor y deforma otros dedos y muchas de ellas utilizan zapatos con tacones demasiado altos y puntera estrecha, el cual induce dolor en la región metatarsiana y propicia lesiones en el tendón de Aquiles y esguinces de tobillo.

Cuidado con los tacones altos. En el calzado de tacón alto, el deslizamiento del pie hacia la puntera debido a la inclinación, asociado a la estrechez de la puntera, contribuye a deformar los dedos. Esto se evita usando un calzado que tenga una concavidad en su planta, la cual permita alojar el talón. Por ello se recomienda a las mujeres no usar tacones de más de 4 centímetros de altura, y procurar que tengan una base lo más ancha posible, para mantener el equilibrio con menor dificultad.

Basta de callosidades. La principal causa de los callos y callosidades radica en el continuo roce del pie en el calzado. No sólo causan problemas los zapatos apretados y que pellizcan, sino también los demasiado sueltos, que hacen que el pie se deslice dentro de ellos, creando también una continua fricción. Para evitar inconvenientes, la persona debería mantener alrededor de un dedo de holgura entre la punta del zapato y su dedo más largo, que en algunos casos no es el pulgar sino el segundo. Además, la parte más ancha del zapato debería corresponder a la parte más ancha del pie de la persona. Si un callo se sitúa en la parte superior de un dedo puede lastimar tanto que la persona cambiará su forma de caminar para compensar el dolor, lo que puede ejercer demasiada presión en la rodilla o la cadera. A veces, los callos y callosidades los causa la forma de caminar, lo cual se puede corregir mediante insertos o plantillas en el calzado.

Después de un baño o una ducha, o antes de irse a la cama, se recomienda masajearse los pies con crema humectante, primero diariamente, y después de unas semanas, una vez por semana, con lo que pronto se eliminarán los callos.

Los mejores ejercicio podológicos. Dos movimientos ayudan a mantener las articulaciones flexibles así como una buena movilidad del pie. El primero consiste en sentarse con los dedos apoyados en la tierra y los talones levantados, presionando sobre el piso y después relajando, al menos cinco veces. El segundo consiste en dedicar un minuto o dos al día para hacer círculos en el aire con cada uno de los pies, mientras se halla sentado. Otra opción consiste en dejar descansar un pie sobre la rodilla opuesta. Con el talón en la mano, hay que «amasarlo” con movimientos circulares, desde un extremo al otro, y también masajear el arco con los pulgares de la mano. Hay que efectuar los masajes a lo largo de la planta y los costados del pie, y después flexionar cada dedo hacia atrás, hacerlo girar suavemente y estirarlo con suavidad. Después se debe cambiar de pie y repetir los ejercicios.

Los riesgos del calor. En primavera y verano aumentan los problemas debido a que el pie se dilata con el calor y sufre si no se lleva un calzado adecuado, mientras que la mayor sudoración, así como la exposición a suelos húmedos o mojados cómo los de las piscinas aumenta el riesgo de contagiarse una afección micológica, como el “pie de atleta”. Por eso, la higiene y los cuidados del pie deben extremarse en estos períodos. Es aconsejable calzar zapatos un poco más holgados aunque no demasiado. Hay que elegir el calzado según el ancho del pie, en vez de comprarlo sólo por la estética, y utilizar medias de lana, hilo o algodón, pero no de nylon o fibras sintéticas.

Más vigilancia y control. Conforme aumenta la edad, los huesos de los pies pueden degenerarse debido a la artritis. Las personas mayores deben vigilar de forma especial su calzado y mantener un seguimiento médico de las deformaciones que se hayan acentuado con el tiempo. A partir de los 60 años se reduce el espesor de la capa de grasa de la planta, y ésta se hace menos esponjosa y flexible. Los músculos y los huesos del pie se ven sobrecargados, y como las articulaciones han perdido movilidad, no es raro que aparezcan dolor, dificultad en la marcha e incomodidad para permanecer erguido durante mucho tiempo.

Pisar sin que nos pese. Utilizar zapatos y caminar casi exclusivamente sobre un suelo llano y duro, no sólo no favorece el desarrollo del pie, restándole movilidad sino que causa una cierta atrofia de su musculatura, lo que la vuelve más frágil y menos resistente. Por eso se aconseja pasear descalzo parte del día, sobre una moqueta o una alfombra gruesa, aunque lo mejor sería hacerlo sobre la arena, el césped o la orilla del mar en temporada. Así se refuerzan las articulaciones, se activan los músculos de la pierna y los glúteos y se produce un efecto positivo sobre la región lumbar de la columna vertebral. Si no se ha descubierto ninguna condición anómala en el pie, lo ideal es que un adulto se efectúe un examen podológico una vez al año.

[b]Los secretos del zapato[/b]

Mejor anchos y sin puntera, que con tacón, demasiados estrechos en la punta o muy holgados. Así se resumen las opiniones de la mayoría de los expertos, que recomiendan optar por los zapatos confeccionados en loneta resistente o en cuero: dos materiales flexibles, que permiten la aireación de la piel. También advierten que unas suelas demasiado finas y blandas pueden propiciar lesiones en el hueso calcáneo, los músculos plantares y el tendón de Aquiles, al brindar una amortiguación insuficiente. Según los podólogos, los cordones deben sujetar bien el empeine, pero sin comprimirlo, para no afectar la circulación de la sangre o afectar ciertos nervios. Una presión excesiva en la zona del empeine, además de causar trastornos circulatorios, puede irritar los tendones situados en el dorso del pie.

La puntera debe ser ancha y lo bastante alta para que los dedos se muevan con comodidad, mientras que el tacón debe ser lo más bajo posible y con una buena base de apoyo equivalente a la superficie del talón. Hay que procurar que el calzado se adapte al pie y a sus movimientos y no al revés, desterrando la idea de que los zapatos se «doman» con el uso. Al comprar calzado, se recomienda probarse siempre los dos zapatos y asegurarse de que su interior no roza el pie por ningún lado.

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