La capital dominicana y en especial el gran Santo Domingo se ha venido transformando en una odisea para los desafortunados que requieran trasladarse diariamente de un punto cardinal a otro. El caos en el transporte y la flota vehicular individual convierten la panorámica en un infierno dantesco. Manejar un carro en las horas pico somete al conductor a una prueba de esfuerzo y tolerancia en los órdenes emocional y ambiental. La emisión de gases tóxicos y el calentamiento trastornan la compostura del más paciente de los humanos.
La cuota de participación de los dominicanos en el calentamiento global la podemos apreciar a través de un indicador como la arbovirosis del dengue cuya incidencia está directamente relacionada con la población del agente transmisor, el mosquito Aedes aegipti. La sequía, el almacenamiento doméstico de agua, el agobiante calor y la alta humedad relativa favorecen la reproducción de los zancudos. La falta de planificación incapacita al Estado para garantizar agua potable continua en los suburbios congestionados, forzando a los moradores a utilizar inadecuados utensilios para conservar el preciado líquido. Esa es la fuente ideal para el desarrollo del artrópodo transmisor de la fiebre del dengue.
La bien conocida escasez del plátano es otra muestra de la ausencia de lluvias oportunas para el cultivo y cosecha de este ingrediente en la dieta criolla. La inestabilidad y el costo de la energía eléctrica impide a centenares de miles de familias amortiguar las agobiantes temperaturas que se registran en las casas durante las 24 horas. Niños, ancianos y adultos sufren los efectos vasomotores, cardiovasculares y mentales de la hipertermia ambiental. La atmósfera viene reduciendo su capacidad amortiguadora de los efectos nocivos de las radiaciones solares gracias los gases contaminantes, hijos de la combustión del petróleo citadino.
La Organización Mundial de la Salud invita a las autoridades sanitarias de cada país a utilizar sus instituciones como modelo para disminuir las emisiones de carbono. Aconseja promover el transporte colectivo, así como contribuir a que se creen las condiciones de seguridad vial para que las personas puedan desplazarse a pie o en bicicleta, lo cual reduciría la obesidad, las cardiopatías y el cáncer, amén de aminorar los ruidos y los frecuentes accidentes vehiculares.
La depredación de nuestros bosques ha devenido en largos períodos de ausencia de lluvia y el forzado abandono del campo, obligando a miles de familias a emigrar a las zonas urbanas con un incremento del hacinamiento y la pobreza. Las infecciones hídricas como el cólera son algunas de las consecuencias catastróficas de ese estado de cosas.
Mucha gente desconoce los vínculos existentes entre el calentamiento global y el aumento en la incidencia de afecciones tales como la malaria, el síndrome respiratorio por hantavirus, hepatitis C, helmintiasis, leptospirosis, fiebre amarilla, tifoidea, shigelosis, encefalitis, y un gran etcétera de enfermedades.
Nada humano me es ajeno nos diría Terencio; todo lo que agreda nuestro ecosistema atenta contra la salud humana diríamos hoy día. Ser guardianes medioambientales es tarea sanitaria. Aire, agua, tierra, vegetación, alimentos son ingredientes indispensables para el Homo sapiens. Del sano equilibrio ecológico depende nuestra sobrevivencia presente y futura. El calentamiento global atenta contra la vida.