La salud y el miedo

La salud y el miedo

En la  legendaria revista Scientific American, edición correspondiente al 8 de septiembre de 2011, la redactora Katherine Harmon escribe un artículo con el llamativo título de Muertes prevenibles: ¿Están los gastos en seguridad doméstica y salud pública desbalanceados?

 Deriva Harmon que se calcula en más de un millón de millones de dólares la cantidad de dinero consumida  en medidas para impedir potenciales pérdidas de vida por actos terroristas dentro del territorio norteamericano.

Apunta la acuciosa cronista basada en investigaciones realizadas en las Universidades de Ohio,  New Hampshire y Newcastle de Australia, que es muy difícil evaluar la eficacia y la eficiencia de dicha  inversión a causa de una serie de factores entre los que se menciona la poca transparencia de sus resultados debido al secreto de Estado. Otra razón es que la inseguridad ciudadana tiene un componente subjetivo poco medible.

Lo que se asegura es que para que fuera rentable la inversión debió desactivar cada año un ataque de igual dimensión al de las torres gemelas de Nueva York, equivalente a prevenir más de tres mil muertes.

¿Cuáles son las probabilidades de que una persona muera en una catástrofe aérea de cualquier índole? La respuesta es una en veinte mil.  Por otro lado, ¿cuáles serían las probabilidades  de que un ciudadano estadounidense común caiga muerto debido a un derrame cerebral prevenible? La respuesta es una en veintitrés. ¿Cuánto dinero tiene Estados Unidos programado invertir en asuntos de seguridad para el año 2012? El departamento de seguridad doméstica ha solicitado la suma de 57,000 millones de dólares.

¿A cuánto asciende la suma propuesta para el Centro de Control de Enfermedades? La respuesta es once mil trescientos millones de dólares para la prevención de muertes por enfermedades medibles, lo que equivale a la quinta parte de lo que se consumiría en atender el miedo que genera la idea de un posible demonio terrorista.

Todo parece indicar que al norteamericano promedio no le asusta la realidad de cientos de miles de muertes anuales hijas de las  malas  comidas y el bajo nivel de actividades físicas, mientras que le preocupa muchísimo un imaginario ataque terrorista dentro de su territorio.

Tanto allá como acá resultaría interesante saber lo que se invierte en la prevención de muertes por accidentes vehiculares, armas de fuego, alcohol y drogas, arteriosclerosis, hipertensión arterial, diabetes, cáncer  y enfermedades asociadas al embarazo y a la niñez, entre otras.

Concluye Katherine su artículo dejando entrever que los recursos financieros fluyen con más facilidad cuando se trata de calmar el temor que acompaña a la incertidumbre del fantasma terrorista.

En palabras llanas diríamos que las enfermedades comunes prevenibles que matan miles de personas a diario, concitan menos atención y poca disponibilidad de recursos económicos estatales. Porque casi a todo se acostumbra uno, menos al miedo.

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