La sangre que despertó a un país

La sangre que despertó a un país

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El pasado jueves se llegó al aniversario número 48 de la llegada, en una tarde dominical en Constanza, de decenas de jóvenes que venían inspirados en un ideal de sacudir al país de la dictadura, que por 29 años ahogaba a la nación con sus latrocinios y desmanes, que atemorizaban a una densa población, sumergida en los temores y el atraso político, sin visos de una pronta liberación.

La llegada de esos jóvenes, que por los rumores que se oían en la época y después del triunfo de Fidel Castro el primero de enero de 1959, se esperaba en cualquier momento una nueva invasión en contra de la dictadura que presagiaba entrar en su fase final. Ya las nuevas generaciones, sumisas por los temores que les infundían sus padres, comenzaban a inquietarse y a buscar nuevas ideas y conocimientos que se filtraban a través de los libros o de los medios de comunicación cuando lo arriesgado y popular era escuchar emisoras extranjeras, especialmente cubanas, que informaban de la marcha de la democracia y la libertad en el Continente.

Hubo un sentimiento generalizado en el país de que esos jóvenes vinieron al sacrificio, tanto ellos como los que una semana después llegaron por Maimón y Estero Hondo, siendo acribillados sin ni siquiera pisar las costas dominicanas, de las cuales habían salido años antes. El régimen de Trujillo se había preparado para esa invasión y su poderoso poder del fuego de su aviación, marina e infantería masacraron a esos revolucionarios que se vieron perseguidos sin piedad por los montes donde el agotamiento y el rechazo de la población rural les impidió establecerse como lo había logrado Fidel Castro en la Sierra Maestra en 1957.

La sorpresa del momento, con la llegada del avión al aeródromo de Constanza, fue reemplazada horas después cuando las tropas de Trujillo desataron una afanosa cacería que se extendió por varias semanas, para ir buscando a los insurgentes, que se fueron quedando aislados unos, y otros capturados para ser objeto de severas torturas. Muchos cayeron en las montañas cuando eran arrasadas por la aviación en un bombardeo saturante que destruían todo tipo de vegetación, impidiendo un respiro a los invasores que tenían que mantenerse en permanente movimiento.

El sacrificio de esas decenas de jóvenes, muchos extranjeros apoyando la causa dominicana, no fue en vano, ya que la bandera caída fue recogida por cientos de jóvenes, que en enero del 1960, fueron atrapados en una cacería sin piedad, desatada por Trujillo y sus secuaces, al descubrirse que las cédulas antitrujillistas se esparcían por todo el país. Ya la juventud iba perdiendo el miedo que había arrastrado por años a ese guante de hierro que por años ahogaba a la población. 1960 fue un año de tremenda efervescencia cívica y revolucionaria, y aún cuando en casi todos los casos serán tan solo de buenas intenciones, ya que los recursos no existían, al menos, el descontento se generalizaba, y la Iglesia Católica, con su famosa y valiosa Carta Pastoral de enero de 1960, se sacudió de su sumisión al régimen para protestar por los excesos que se estaban cometiendo en contra de miles de detenidos, muchos de los cuales fueron exterminados después de haber sido sometidos a severas torturas en La 40 y otros centros de encarcelamiento.

Transcurridos tantos años de aquellas románticas invasiones por Constanza y la marítima por la costa norte, nos deja la reflexión de que aquellos valiosos jóvenes que perdieron sus vidas, si hubiesen previsto el derrotero que tomaría el país, después que su causa triunfara con la eliminación física de Trujillo, tarea llevada a cabo por otro grupo de valiosos hombres, se hubiese arrepentido de su acción, ya que podría decirse que ese sacrificio fue en vano. Y por eso la manada de políticos que se hicieron cargo del poder a partir de 1962 y fueron atraídos por la codicia y las ambiciones para saquear los recursos del Estado, así como las propiedades que fueron de Trujillo y sus principales allegados, pasaron a manos privadas, y otras fueron destruidas por las ambiciones de quienes se convirtieron en dirigentes del pueblo dominicano.

Después del sacrificio de junio de 1959, los recursos del Estado no han sido suficientes para servir al pueblo, por la codicia de quienes lo han usufructuado, pese a que cada etapa de los pasados 48 años han ido en aumento y no llegan a convertirse en eficientes para el servicio del bien público, ya que la queja es constante por los malos servicios de educación, salud, seguridad personal, aparte de las carreteras cayéndose a pedazos y acueductos que no suministran agua. Los políticos triunfantes en cada período constitucional, que han dañado el bien común, son los que nunca han sido castigados por la justicia, ni con el repudio de la población, que se considera agredida frente a los latrocinios cometidos por los políticos desde hace años, borrando el sacrificio y sangre derramada en junio de 1959.

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