La Saona y mi rabia no contenida

La Saona y mi rabia no contenida

Cualquier ve los brochures, escucha las declaraciones de los incumbentes de Medio Ambiente, y  se deja atrapar a la curiosidad de ir a la Saona.

Isla paradisíaca, cocoteros, aguas color turquesa, palmeras; no falta ningún ingrediente, incluso las casas pintadas como una postal de los habitantes de Mano Juan.

No vacilé en montarme en la guagua, llena de impuntuales compañeros, rumbo a la Saona. Un trayecto ameno, tranquilo me llevó a escuchar el discurso anecdótico de un guía, que entre inexactitudes y chabacanería fuera de lugar, me reconstruyó una historia de la dictadura que prefiero olvidar, para no tener que incriminar a los maestros, a la educación dominicana y a la falta de cultura general.

Llegamos a Bayahíbe, se paga los impuestos a la caseta de Medio Ambiente, en la guagua se preguntan el porqué del pago.

Nadie sabe que estamos en un Parque Nacional. Abordamos un catamarán, lleno de turistas, tres jovencitas les enseña a bailar reggaetón, a pegarse y  a beber ron, del  malo. Mi primer disgusto, por la falta de educación ambiental, se transforma en ira, cuando veo los primeros vasos plásticos volar al mar. Nadie se ofusca.

Llegamos a la Saona. Ninguna actividad ecoturística se oferta; los turistas se lanzan en una  enramada, para seguir bebiendo y para comer pollo, chuleta y un arroz frío.

Las frutas que brindan, son aún verdes.

Y pregunto, ¿A dónde está la gente de la Saona? ¿Dónde queda Mano Juan? Me contestan ¡Oh, eso está lejos, allá, hay que ir en yola! Y sigue mi castigo: más de diez botes en el mar, una playa  llena de gente, de platos, vasos, y botellas plásticas; nadie aprecia nada, se espera el retorno en un bote que a toda velocidad regresa a Bayahíbe, no sin esa parada en el banco de arena.

¡Conocí la Saona, dicen al lado! No es verdad, se conoció el negocio de la Saona, pero nada de ecoturismo, nada de interacción, nunca sabré cómo vive la gente, qué necesita, qué piensa, porque nadie llegó a  Mano Juan. Sola,  una de cada diez embarcaciones, llega a Mano Juan.

¡Quiero felicitar los responsables de ese ecoturismo destructor e irresponsable! ¡Qué viva MIEDO AMBIENTE!

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