La Semana Mayor: ¿realmente santa?

La Semana Mayor: ¿realmente santa?

MARLENE LLUBERES
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que cree en El no se pierda mas tenga vida eterna. Jn 3:16”. La llamada Semana Santa es una época en que la población adopta diversos comportamientos, según las costumbres familiares o las creencias individuales. Para algunos es tiempo en el cual son aprovechados los días no laborables para asistir a  diferentes lugares en busca de descanso y diversión. Para otros, es una oportunidad de meditación, reflexión y de cumplir con las normas religiosas por el hombre establecidas.

Si nos detuviéramos a pensar qué quiere Dios en este tiempo nos daríamos cuenta de que es necesario entender el verdadero propósito del Sacrificio de Cruz, para que realmente podamos apreciar, día tras día, el gran milagro de vida que Dios hizo por cada uno de nosotros.

El pecado condenó a la humanidad  a la separación y muerte eterna; ya no sería posible una vida junto al Creador, pero su amor por nosotros fue tan grande que decidió enviar a su único hijo, siendo Dios, a morir por cada uno de nosotros, sin existir en El pecado alguno, únicamente para que su sangre derramada nos permitiera, pagando El la culpa de nuestras transgresiones, ser salvos.

Sólo El dio su cuerpo a los heridores y sus mejillas a los que le mesaban la barba sin esconder su rostro de injurias y de esputos, fue molido por nuestros pecados, habiendo sido el castigo de nuestra paz sobre El, ratificando, una vez más, el gran amor que nos tenía enmudeciendo como oveja delante de sus trasquiladores.

Como la muestra más grande de amor, el sacrificio fue hecho un día cuando Jesús quiso obedecer la orden del Padre, cuando se inicia en El la  obra redentora, atravesando el dolor en el Getsemaní y  culminando con su muerte en el monte Calvario.

Es Jesús quien vino a restaurar la relación rota con nuestro Padre, la cual se había perdido por causa de la caída del hombre  en el Eden y por el deseo de permanecer apartado de la voluntad de Dios.  

Mas ese sufrimiento, ya hecho por cada uno de nosotros, hoy nos llena de gozo por la gran salvación que nos regaló. Hoy Jesús  vive, venció la muerte y vive; sólo  espera que lo recibamos en nuestros  corazones como nuestro Señor y Salvador, declarando con nuestra boca que reconocemos su señorío sobre nuestras vidas, que le hemos fallado y que le necesitamos, que su sangre nos limpia de todo pecado y nos lleva a establecer una verdadera relación de amistad con El.

Que exista la convicción de  que es El nuestro Salvador, no por el transcurrir de estos días, sino por la seguridad  de que su amor por nosotros es tan grande que debe producir una gratitud que surja desde lo más profundo del alma, sabiendo que Jesús murió para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por nosotros.

Que la razón de nuestra existencia sea el amor por El; creamos que El es, por que en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.

m–lluberes@hotmail.com

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