La sentida partida de un joven noble, talentoso y con sentido solidario

La sentida partida de un joven noble, talentoso y con sentido solidario

El joven Jean Luis Reynoso, quien falleció recientemente tras una ardua lucha contra el dengue, fue a pesar de su corta edad, apenas 16 años, un ejemplo digno en todos los órdenes de su vida como buen hijo, excelente estudiante y una promesa para la televisión, la música, la escritura y los idiomas.

Son muchos y diversos los rasgos que le caracterizaron, pero por encima de todos quizás el más valioso, por el que además de su familia ha estremecido a una legión de amigos, compañeros de estudio y admiradores, era su nobleza de espíritu y de ser humano solidario, con vocación de servicio, su entrega hacia quienes recurrían a él por sus conocimientos y su generoso proceder.

Noble y manso, había venido al mundo provisto de una pasta especial, ajena al particularismo y dotado de una serenidad personal que proyectaba y que todos percibían en su comportamiento en cualquier escenario.

Habiendo despuntado en la televisión y siendo una potencial promesa en ese mundo, en el cual incursionó como presentador de SIN Juvenil, por lo cual recibía elogios y reconocimientos, nunca mostró envanecimiento u arrogancia, sino una gran humildad.

Sentía pasión por la comunicación y con igual vigor sobresalió en los estudios, tanto en la educación formal como en la música y también el canto, ya que formaba parte de un coro religioso, lo que indicaba también su inclinación al sentido de la espiritualidad que nos ayuda a apartarnos del carácter utilitario e insensible de lo estrictamente físico o material.

En las grabaciones de los programas de SIN Juvenil dio cátedras de dedicación y apego a la disciplina y a las normativas para un buen desempeño y en lugar de enfadarse, siempre recibía de buen grado cualquier observación.

Una sonrisa amable y contagiosa era su respuesta cuando se hacía necesario volver a repetir un párrafo de un guión, lo que contribuía a hacer más fluido y llevadero el trabajo. Esa era también la sonrisa de aprobación inmediata cuantas veces compañeros acudían a él para que les ayudara en las matemáticas, asignatura en la que le definían como un verdadero genio por el dominio profundo que tenía de la misma.

Sin reserva no solo les ofrecía una orientación ligera o momentánea para salir del paso, sino que pacientemente y con una vocación de servicio y solidaridad digna de ser emulada, acudía a la casa de sus compañeros para hacerles explicación y que pudieran avanzar en el estudio de una materia con puntos que resultaban de difícil comprensión.

La mejor contribución a su memoria es fomentar la solidaridad y el buen comportamiento personal y familiar, en el sano disfrute del arte y de la música, en la búsqueda de orientación y educación, para que podamos contar con una juventud libre de vicios y debilidades.

El cariño y el agradecimiento de sus compañeros de estudio era de tal magnitud que durante los días en que permaneció hospitalizado acudían en grupos para orar por su salud y transmitirle su respaldo emocional. Cuando tenían que retirarse del centro donde era tratado, sin poder verlo y estrechar su mano, se retiraban tristes pero esperanzados de que se podría recuperar.

Fueron muchas las cadenas de oración las que durante días y noches interminables se desplegaron para pedir por su sanación, pero en los misterios de la divinidad a veces incomprensibles para los humanos, el Altísimo tenía con él planes alejados de este mundo de tantas aflicciones.

Las cuerdas de su guitarra, de la que brotaron tantas melodías cuando sus manos de sensibilidad artística y musical las tocaban, han quedado mudas y paralizadas tras la partida, que es de este mundo físico, pero no de los corazones de familiares y de muchos amigos y admiradores.

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