La sicología de un sinvergüenza

La sicología de un sinvergüenza

El mundo de hoy es un mundo diseñado para lo visual, y a través de lo visual, sea para el consumo, lo mediático, el confort, el placer. Pero sobre todo, que lo percibido tenga poca incidencia en el aprendizaje social, dada la cultura de prisa con que suceden las cosas.

Esa manera de no fijar los conceptos, de vivir de apostar a la memoria corta, al maquillaje del rostro y  a que una pena olvida la otra, incuba un personaje peyorativo, pero costumbrista y de vida “normal” en la partidocracia y la sociedad relativa. Me refiero al “sinvergüenza”.

La vergüenza es un sentimiento penoso de  pérdida de la dignidad, que se expresa por el temor de que alguien nos pueda culpar de algo, ya sea por una falta cometida en el trabajo, en la familia, en la pareja, en la vida social.

En todo caso, la vergüenza la experimenta el que se siente culpable.

La culpa surge de la condena a uno mismo. En ambos casos, tiene  que existir una estructura moral y ética en la personalidad.

Un sinvergüenza, no siente ni culpa, ni vergüenza. Por no comportarse a la altura de las circunstancias o de sus exigencias morales.

El sinvergüenza no tiene límites, no responde a crítica, ni siente humillaciones; pero tampoco reconoce el reproche; es decir, nunca se da por aludido si ha roto o ha violado una norma social, y menos se puede esperar una reparación por el daño ocasionado.

El sinvergüenza sabe que hay y existen grupos como él que lo van a idealizar, le dan espacio y lo van a reconocer, para enrostrar a la sociedad “la cultura de la pobre vergüenza social” es decir, vivimos y validamos a los sinvergüenzas.

En un ser humano sano, maduro, consciente de su existencia y de su utilidad social, los actos transgresores a las normas morales y éticas se convierten en reproches sociales, en culpas sociales, en remordimiento social, en aflicción emocional y en angustia existencial.

El ser social sano no acepta  violar los códigos, ni traiciona los principios, ni relativiza los valores; la vergüenza se lo cobra. Para un ser humano sano, el perdón, el arrepentimiento y la modificación de sus hábitos y conductas están primero que apostar a ser sinvergüenza.

El aprendizaje social actual y pasado nos dice cómo se reciclan los sinvergüenzas, cómo crean grupos, se refuerzan, se protegen, se hacen cómplices, y aceptan llamar el “club de los sinvergüenzas”.

Hostos hablaba de la moral social hace un siglo. Yo he preferido hablar de la patología social, de aquellas viejas prácticas disfuncionales y perversas que por su “inteligencia” se han convertido en habilidades y estilos que facilitan el arte de  entenderse y hacer lo posible, sin importar la vergüenza.

Esa “sicología del  sinvergüenza” me preocupa, debido a la ausencia de la “internalización de las normas”. Es decir, viven sin entenderse y sin asimilar el concepto de normas sociales sanas. La sicología de los sinvergüenza hay que entenderla, para entenderlos como lo que son: unos sinvergüenzas. 

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