Décadas atrás, Veblen escribió sobre la revolución de las expectativas, para dar la noticia más que para denunciarlas, en el sentido de que el mundo presenciaba la rebelión de las masas que Ortega y Gasset había advertido en el plano social y político, como el ascenso de los analfabetos al poder y la dirección de las cosas públicas y las actividades sociales en general. Veblen hablaba de consumo, sin todavía visualizar claramente el vicio o la enfermedad crónica del demandar y consumir cada vez más nuevos productos e innovaciones, y vivir con la sola aspiración de consumir y poseer más bienes de uso no durable. Lo que naturalmente conduce a la crisis mundial de desechos y desperdicios que amenazan el ambiente ecológico y la supervivencia del planeta.
Pero lo definitivamente dramático lo están viviendo países como el nuestro, en los cuales hay un desborde de todas las posibilidades del Estado de satisfacer esas demandas, ahora febrilmente exacerbadas por el delirio comunicacional producido por la Internet y los micro-productores de noticias, la propaganda y los avisos publicitarios.
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Lo grave es, sin duda, la rebelión denunciada y advertida por Ortega, lo que padecemos a diario, una sociedad semi-analfabeta demandando bienes y servicios con actitud prepotente a servidores públicos también impreparados, sin los recursos ni los conocimientos para hacerlo de un modo razonable, lejos de los niveles de las demandas de ciudadanos llenos de expectativas muy lejanas a las posibilidades reales de sus Gobiernos.
Se trata de burocracias supernumerarias, con cargos ocupados por miembros del partido o amigos y familiares de los ministros y directores departamentales, que además carecen de liderazgo e incapaces de entender los problemas e incluso sus propias limitaciones.
Sin duda alguna, lo peor es la ausencia absoluta de un proyecto de nación, o de Estado. Es decir, se vive el día a día político y administrativo, atendiendo lo urgente y dejando a un lado lo importante.
Paralelamente, la tecnociencia nos llueve a raudales, nos empapa y nos abruma, pero no nos da más que un baño de ilusiones, de ofrecimientos y promesas absolutamente incumplibles.
Mientras tanto, la matriz del desarrollo y el crecimiento científico, técnico, económico y espiritual, más bien se atrofia, porque el sistema educativo está cada vez más retrasado. Empezando por la base de todo razonamiento, esto es, la matemática y la gramática. Y por la base de todo plan de vida individual y colectivo. O sea, Dios y la Patria.
Y debe entenderse bien, dejando a un lado las mojigaterías religiosas o patrioteras. No importa que seamos agnósticos, ateos, metempsicóticos, evolucionistas o transmigracionistas. De todos modos, las creencias y los principios de nuestros ancestros, si se fuesen a declarar obsoletos, hay que reemplazarlos por nuevas propuestas abarcadoras serias; y si fracasan, como ocurrió con los rusos, se modifica la propuesta inicial. Pero sin plan no se va a ninguna parte y menos en un mundo liderado por las marcas, cada cual, con su marketing, ya sea de panties o de papel higiénico.