-2 de 2-
Zenón Castillo de Aza golpeó su autoridad de presbítero al proponer el título de Benefactor de la Iglesia al dictador que iniciaba un período de servilismo el 23 de febrero de 1930. Atrás no se quedó el monseñor Eduardo Ross, cuando redactó con gelatinosa argumentación, la obra cristiana de Trujillo. Y la obsequiosa postura del arzobispo Octavio Beras no dejaba dudas que la genuflexión ante el amo de turno no respetaba segmentos de la sociedad.
Podría esgrimirse que el inusitado afán por el halago se torna seductor en aquellas almas de escasa formación. Pero no. Lamentablemente, hasta los proyectos de redención de hombres de excepción quedaron atrapados alrededor del ditirambo y la lisonja. Resulta contradictorio que el indomable talento que nos liberó el 26 de julio de 1899 en Moca de un gobernante inescrupuloso, terminara sus días sin la consideración ciudadana que le observó extendiéndose en el gobierno bajo tecnicismo legales que lo mantuvieron dos años más de los que debió ejercer el poder.
Una cuota importante de los desvaríos en que incurrieron Joaquín Balaguer, Antonio Guzmán, Jorge Blanco, Leonel Fernández e Hipólito Mejía está íntimamente asociado al ejército de áulicos que terminan construyendo una red de intereses muy distantes de la agenda nacional. Y como un alto porcentaje de los hombres públicos se arrodillan ante la adulonería, pierden el sentido de la realidad asumiendo posturas inimaginables.
En la actual coyuntura política, Danilo Medina no puede dejarse atrapar por la sensación de que lo expresado en las encuestas representa un endoso sin condicionamientos a toda su gestión presidencial. Las tendencias favorables en la ciudadanía expresan una preferencia frente al comportamiento de la gestión anterior. Por eso, la habilidosa acción de diferenciarse de Fernández Reyna encontró receptividad, pero se diluye, desde el instante en que favorece un entendimiento con el político de menor crédito en la población: Miguel Vargas Maldonado.
Crear los mecanismos preventivos para disminuir esa ambientación obsequiosa ayudaría bastante en el proceso de acreditación democrática. Aquí no tendremos un auténtico sentido de nación, si el rufianismo se oficializa, dándole paso a la frase melcochosa desde las páginas de los periódicos que transforma un club de mequetrefes en líderes. Peor aún, leer y analizar las fotografías que aparecen en algunas revistas sociales nos introduce en el mundo chic de una élite desconectada de la realidad. Y el colmo de la tragedia nuestra radica en esos referentes invertidos de los barrios marginales donde el delincuente genera niveles de admiración y una cantidad considerable de jóvenes lo asumen como su modelo a seguir. ¡Hasta dónde hemos llegado¡.
La sociedad dominicana necesita un choque alrededor de un nuevo ordenamiento ético, porque la velocidad de los cambios no parecen comprenderlo una parte importante del liderazgo social, político y económico. Aunque se percibe que esas resistencias y deseos de mantenernos en el rezago obedecen a las mismas limitaciones de una clase dirigente incapaz de someterse a los parámetros propios del siglo 21 debido a que para una gran parte de ellos, la marulla y retorcimiento de los procesos institucionales garantiza ventajas que han servido para catapultar sus éxitos. De ahí, el interés en obstruir.
Somos un pueblo que no debe asumir los comportamientos obsequiosos como parte de nuestra raíz. Transitar esos caminos nos daña terriblemente y terminamos invalidados frente a los desafíos del futuro. La tarea es de todos, porque la alfombra capaz de allanar el camino para evitar futuras tragedias radica en crear un muro de contención a la fatal fascinación por el halago inmerecido.