La solidaridad

La solidaridad

No creo que ningún norteamericano que peleaba por la independencia  tuviera alguna objeción a que el vizconde francés La Fayette participara como soldado de la libertad a favor de lo que hoy son los Estados Unidos. La Francia no sólo envió sus hijos a la lucha sino que para que constara para siempre su amor a la democracia y la independencia, regaló a Norteamérica uno de los símbolos más importantes: la estatua de la libertad.

Mire que en Estados Unidos joden con cualquier pendejada, pero nadie ha levantado un dedo para quejarse por la colaboración de La Fayette, de un hermano de Gregorio Luperón y de nadie sabe cuántos cientos o miles de extranjeros. Para pelear por la libertad, por la democracia, por la independencia, por la autodeterminación de los pueblos, no hay fronteras, no hay nacionalidades, simplemente hay hombres y mujeres decididos.

Cuando Simón Bolívar derrotaba las tropas españolas en Venezuela, en Nueva Granada (Colombia), en Perú y creaba una nueva nación: Bolivia, los pueblos lo respaldaron, fueron a la guerra con él y nadie lo veía como un intruso venezolano que se metía en los asuntos internos de otras naciones no, se lo veía como lo que era un libertador, El Libertador. Bolívar bajaba del norte de Sudamérica mientras José de San Martín subía victorioso desde el río de La Plata. San Martín liberta Argentina, liberta Chile, y sigue hacia Perú, allí encuentra que la tarea está cumplida por el Libertador con quien se une y cede el paso. Hay, pues, una larga y hermosa historia de trabajo en común, de lucha conjunta por la democracia, la libertad, la autodeterminación.

No es una novedad en América que un pueblo acuda en ayuda del otro, como ocurrió por ejemplo, durante la guerra de independencia de Cuba, cuya primera y más refulgente espada fue la del Generalísimo Máximo Gómez, un banilejo ilustre que se fue a la guerra con José Martí cuando éste le ofreció que fuera a comandar las tropas. En el siglo pasado América vivió más años bajo sombrías tiranías y dictaduras que respirando el perfume de la democracia. Ya en el siglo XIX Hostos, Betances, Luperón, Duarte, Martí, habían hallado cobijo bajo otros cielos donde la solidaridad y la  amistad manifestaron su calor.

La bondad natural del latino ha sido cercenada muchas veces en beneficio de países que, como Estados Unidos, pregonan, practican e insisten en vivir con la ley del embudo.  Actuemos con los principios que nos enseñaron nuestros grandes del pasado. Si el gobierno de Venezuela envió dinero a la candidata Cristina Fernández, de Argentina ¡enhorabuena! no pecó el Presidente Hugo Chávez, puso en práctica una tradición que enaltece nuestra América, como decía Martí. 

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