La solución haitiana

La solución haitiana

FERNANDO I. FERRÁN
Abundan los especialistas en el tema haitiano. Ellos y la gran mayoría de la opinión pública nacional e internacional conocen la odisea del hermano pueblo de Haití. En 25 años Haití no ha conocido un solo período de crecimiento económico prologando y ha soportado un decrecimiento anual de un 2% de su PIB. Dos millones y medios de sus habitantes no suplen las 2,240 calorías diarias recomendadas por la OMS, dos tercios de los menores de 5 años que mueren en el Caribe son haitianos y un astronómico 55% de la población malvive por debajo de la línea de pobreza extrema.

Como si todo eso fuera poco, se estima que el 10.5% de la población estará infectada de HIV/SIDA para el año 2015, contra el 6.31% en 2002, y un promedio de 70% está expuesto a la malaria. La mortalidad materna es de 457 por 100,000 nacidos vivos. A su vez, el 21% de los niños y niñas entre 6 y 9 años de edad no asisten a ningún centro escolar y sólo el 15% de los maestros cumplen con los requisitos académicos para enseñar. Y para colmo de desesperación, la erosión amenaza el 25% del territorio haitiano y el área boscosa retrocedió de 9% a 4% entre 1987 y 2000.

Revisando esas cifras al frente de un Estado que ha sido postrado una y otra vez por sátrapas y déspotas, ninguno de ellos ilustrados, el primer ministro Gerard Latortue exclamó: «Haití no puede proseguir por sí sola. El tiempo para la acción pasó hace mucho». Concomitantemente, mientras el país está intervenido por una fuerza multinacional que a duras penas separa los bandos fratricidas, sus voceros esgrimen que Haití requiere la pronta celebración de elecciones y una inyección financiera de un billón de dólares estadounidenses.

Esas elecciones, anunciadas para fines del próximo año, no dejan de ser un ejercicio político extemporáneo en medio de una sociedad cuya matriz cultural aún es familiar, léase bien: de relaciones primarias ajenas al patrón de comportamiento moderno y al postmoderno. Consecuentemente, más que esperar mucho de esas elecciones, e independientemente de que en ella intervengan los partidarios de una u otra fuerza política, el objetivo inmediato debe ser lograr un largo período de convivencia pacífica de parte de todos los sectores nacionales.

Una forma práctica de conseguir esa convivencia madura e institucional es por medio de un protectorado u otra figura de dominio internacional. De esto se ha hablado y, aun cuando se cree que una fórmula que implique la cesión de la soberanía nacional no tendría gran posibilidad de éxito, no deja de ser una modalidad históricamente probada. En cualquier hipótesis, en el transcurso de los próximos 10 ó 15 años la nación y el Estado haitianos deben renacer de sus propias cenizas. Y eso no se conseguirá sin la estabilidad política que la intransigencia de seudo líderes de barricadas y de guarniciones no han sabido o no han querido ni han podido procurar.

Ahora bien, gracias a un clima de convivencia política «civilizada» fluirá la ayuda billonaria comprometida por la comunidad internacional durante la celebración de la mesa de donantes a favor de ese país. Hoy por hoy no fluye ni ese ni ningún otro dinero porque Haití es la tierra de las carencias: no hay Estado, no hay gobierno, no hay administración de la justicia, no hay instituciones y no se sabe cómo canalizarlos en proyectos y ayudas reales. Una vez fluyan los recursos, sin embargo, lo primero será comenzar a pagar de inmediato la deuda social contraída en ese país. Si no por otras razones, al menos, para sembrar las zapatas del futuro haitiano con nuevos valores, conocimientos y prácticas ciudadanas, cónsonas con el proceso democrático del mundo occidental.

Tiene que existir alguna forma para superar de manera realista la miseria a la que ha sido sometido el pueblo haitiano desde tiempos coloniales. A mi mejor entender, el ABC de la solución reside en la paulatina reconversión de un sistema cultural anclado en el subjetivo mundo familiar, mediante el establecimiento de un orden político sostenible capaz de rediseñar el mundo institucional haitiano y de vitalizar su economía.

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