La subestimación de la inteligencia criolla

La subestimación de la inteligencia criolla

Desde que el país se liberó de su última dictadura, los políticos que emergieron de esa liberación se creyeron con el derecho de aprovecharse de los recursos nacionales. Se cometieron toda clase de latrocinios, algunos de antología y todos sin castigo hasta que llegó el escándalo Odebrecht.
El tiempo transcurrido desde 1961 nos ha marcado como un país enlodado por la corrupción rampante. Todo quedaba sin castigo por lo cual cada vez eran más abiertas las actuaciones de los políticos para apoderarse de los recursos del Estado de cualquier forma al alcance de sus manos y de sus mentes perversas.
Los dominicanos vivíamos sumergidos en el lodazal de la corrupción. Todos aceptábamos y celebrábamos las habilidades de los políticos de surgir de la noche a la mañana como poderosos ciudadanos. Eran dueños de empresas y de fortunas muchas dilapidadas en un rápido gasto conspicuo para aparentar y apabullar a sus conciudadanos.
Y aparte de sustraer los recursos con manejos dolosos de los recursos presupuestarios, los políticos se convertían en suplidores del Estado. Y ahí es donde se llevaban a cabo los grandes negocios y sustracciones. Ya quedaban atrás cuando le vendían plátanos a las Fuerzas Armadas a $50 pesos la unidad o piñas a RD$500 la unidad. Ahora eran aviones Tucano y otras lindezas bélicas y alimenticias que enorgullecía a los militares y a sus bolsillos los abultaban de agradable manera. Los políticos y militares disfrutaban plenamente de la impunidad. Incluso se vanagloriaban del reconocimiento hipócrita de la ciudadanía que aparentemente disfrutaban de agasajos y regalos de ellos a sabiendas de cuál era el origen de esas bonanzas. Era la tradición histórica de que los políticos eran clase aparte y generosos contribuyentes para quienes buscaban su sombra. No importaban sus descarados latrocinios para ser entes de prestancia social en una sociedad cualquierizada. Sus hazañas en contra de los recursos del Estado no afectaban sus conciencias si es que la tienen para tener el derecho a disfrutar del poder sin importar los medios. La justicia no los alcanzaba si era que surgía una acción de profilaxis moral.
Pero esa costumbre de la corrupción artesanal del siglo XX se transformó por completo con la llegada al poder del PLD y sus jóvenes teóricos e inexpertos en los entresijos del poder. Estaban golosos y desesperados al haber actuado con cierta prudencia en el periodo 1996 al 2000. En ese período los peledeístas se ajustaron a las rígidas directrices de la doctrina boschista bajo la cual se había formado y entrenado. Aún cuando su líder estaba muy desmejorado todavía su presencia infundía respeto y temor. Y era que a finales del siglo XX era una exigua fuerza política cerrada al común de la ciudadanía que ellos consideraban corrupta. Para ellos los dominicanos se separaban entre peledeístas honestos y el resto de los corruptos dominicanos.
La primera experiencia del poder del PLD hizo reflexionar a las cabezas pensantes de su paso por el poder por primera vez de su estrategia equivocada de ser los puros del país. Por tanto para la próxima vez otra sería la línea de acción. Los primeros cuatro años del siglo XXI que el PLD pasó fuera del poder resultarían muy provechosos para una clase inteligente pensante y habilidosa que contribuyeron a organizar y componer su nueva estrategia. Esta se aplicó desde el 16 de agosto del 2004 con resultados altamente favorables al estatus de decenas de dirigentes peledeístas que se convirtieron en ricos de la noche a la mañana.
Y antes que la Odebrecht se metiera de lleno con su alforja llena de dinero se había desarrollado acciones de fraude increíbles en que los culpables pasaron por impolutos en manos de unos jueces que ordenaron archivar los expedientes. Sus casos fueron archivados olímpicamente sin afectar a los implicados en casos mucho más graves que los sobornos de la Odebrecht.
Con los brasileños se quiso echarle agua al vino y proceder con la tácticas dilatorias y desviacionistas pero las evidencias y la reacción internacional eran tan sólidas que obligaron a la justicia dominicana a actuar. Y a esas presiones se unió la reacción ciudadana con sus manifestaciones urbanas de masivas concurrencias con enérgicas expresiones en contra de la corrupción. De esa manera se demostró una vez más que el pueblo dominicano no es tan pasivo, permisivo y sumiso como los políticos corruptos quisieran creer. Y cuando se llega al punto que la corrupción rampante amenaza la estabilidad, la explosión ciudadana es de justa indignación si acaso se pudiera conmover la estabilidad. Entonces se mueven los resortes judiciales para que los culpables respondan por su voracidad para adueñarse de los recursos públicos.

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