La subestimada excelencia

La subestimada excelencia

Otra edición de la Feria Internacional del Libro, la séptima, y cada vez que el público dominicano la visita encuentra un evento de veras deficiente, por no decir que pobre, deprimente, el mismo esperpéntico reperpero de muchos años atrás, antes de pasar definitivamente a la Plaza del Conservatorio cuando se creó la comisión permanente de la misma, cuyas primeras ediciones fueron ejemplares, y hoy, al igual que a viejos tiempos, se está otra vez en lo mismo, y tal como acertadamente un reconocido humorista criollo la denominó de «Feria del Maíz» más que del libro, por aquello de estar colmada de maiceros que compiten en mercaderías y suciedad con cientos de venduteros y fritureros que revientan las tripas con grasientas golosinas a las «conciencias gástricas» de quienes, más que colmar su hambre y sed de conocimientos con el instrumento que hoy en día en este país es un objeto infuncional, es decir, el libro, se apersonan por esos lares a botar el golpe de sus cotidianas frustraciones.

Y es una pena, porque ferias como ésta en todas partes del mundo, tales como la de Francfort, Madrid u otras, son catapultas de divulgación de la cultura de los viejos y jóvenes valores de la literatura y el conocimiento en general, siendo un sano paliativo al estercolero que está permeando al ser nacional con deyecciones y detritus verbales o conceptuales que día a día nos sumergen más en el invalidante pantano de la mediocridad al que, desgraciadamente, nos tienen postrados las presentes autoridades.

Pero no voy en este artículo a criticar la presente feria, ya que cada cual podrá sacar sus propias conclusiones al visitarla, con todo y la pista de hielo sintético que montaron en la misma (nunca en las ferias que he visitado en el exterior, y hablo específicamente de la Francfort, la más famosa del mundo, había visto un atractivo como ese de los patines, ya que el motivo de las mismas, creo yo, son los libros y sus autores, y nada más), en donde el público, cosa lógica por el gran descalabro económico que estamos padeciendo conjuntamente con la salvaje campaña electoral que está propiciando el presente gobierno, no se ha apersonado de la manera masiva como en años anteriores, así me pareció el día que estuve, y en donde la ventas de los libros será, por desgracia, una de las más bajas debido a la crisis, con todo y que hay notables descuentos.

Sin embargo en este artículo, amables lectores, quiero hablar de una adquisición que hice en dicha feria (porque la misma tiene sus cosas buenas), de un libro de un autor cinematográfico que me apasiona y del que he leído algunas volúmenes sobre su vida y obra, y quien me parece que caracteriza muy bien eso que llaman excelencia y maestría en su trabajo, de luchador infatigables en la búsqueda de lo «perfecto» y que es la razón del presente comentario; se trata de la filmografía comentada de Stanley Kubrick escrita por Paul Duncan de la editorial Taschen.

Y hago el comentario porque leyendo este completísimo dossier del desaparecido gran realizador norteamericano, uno de los más grandes creadores del siglo XX, llamado por el autor del citado libro «el poeta de la imagen», comparable su obra con creadores extraordinarios de la talla de un Picasso, un Lloyd Wright, un Faulkner o un Schönberg, cuya obra exploró y abrió nuevas sendas estéticas y conceptuales hasta límites nunca vistos en el lenguaje cinematográfico, e influenciando las carreras de realizadores como Spielberg o Tarantino, con filmes que soy hoy absolutas referencias de culto: 2001 una odisea del espacio, La naranja mecánica, Doctor Insólito, etc (y hasta en filmes no logrados del todo, quizá fallidos, como El Resplandor o su obra crepuscular Eyes Wide Shut, en el que la muerte lo sorprendió antes de darle el habitual pulimiento de otras creaciones), y en cual veo, desde mi limitado parecer, de que para gestar una genuina pieza que valga la pena, sea esta de cine, música, pintura o literatura (y algunos hasta mencionan a la política), el artista debe luchar e insistir obsesivamente para que todo su esfuerzo, todo su pensamiento y espíritu, se cristalice en obras sabiamente concebidas, auténticos ejercicios de volición los cuales van afinando sus cualidades con el constante trabajo autocrítico, y sobre todo con la paciencia y la humildad, palabra estas hoy en desuso, convirtiéndose dichos productos en modelos o arquetipos dignos a emular, tal y como son las verdaderas obras maestras.

Por ello lo que se practica hoy en día como arte, salvo muy notables excepciones, no podrá pasar la prueba del tiempo, porque es una expresión amén de descuidada o más bien desgarbada del oficio, donde vale más la intención que la pena consecución, tal y como cualquiera no contaminado de snobismos o alas de cucarachas en la cabeza lo puede perfectamente percibir, sufre del pecado mortal de sólo aspirar a las veleidades de la moda y a la planimetría del concepto de estos tiempos que vinimos en donde lo light y efímero son el lamentable derrotero a seguir, conceptos éstos divorciados totalmente a lo que implican valores permanentes, absolutos, de los que voces como las de Platón o Goethe sabiamente especularon.

Y para concluir con la Feria Internacional del Libro en la plaza del Conservatorio Nacional, estropeada y afeada con desperdicios de fieros viejos, madera y demás deshechos de las casetas y stands que siempre son almacenados allí y reciclados para una posterior celebración todos los años de dicho evento, se les debe recordar a los promotores y organizadores de la misma, que el lugar debería preservarse en perfecto estado de acondicionamiento, ya que ese es el centro de formación y capacitación de nuestros futuros grandes artistas.

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