¡¡La tambora es aborigen… no africana!!   (2)

 ¡¡La tambora es aborigen… no africana!!   (2)

“… La corteza es tan dura como la de una tortuga”.

Las Casas, en su “Apologética” al igual que Martyr, hace referencia a la notoria dureza de la calabaza. El detalle había sido asumido por Fernández de Oviedo en su “Historia General…”, destacando gráficamente el curioso “atambor” aborigen “Mayohuacan”, y descartando el uso de instrumentos “encorados” en las islas, particularizándolos solo en “Tierra Firme”, por carencia, supuesta, de especies surtidoras de pieles para encorar. Es válido aclarar que la jutía es endémica solo del ámbito insular caribeño. La afirmación de Herrera corrige el lapsus de Fernández de Oviedo y establece, historiográficamente, el instrumento encorado “con dos pieles de jutía”, como antecedente primitivo de nuestra criolla tambora, insertada en la elemental cultura instrumental taína:

Oviedo yerra, cuando afirma: “… y también en algunas partes los usan encorados, con un cuero de ciervo o de otro animal (pero los encorados se usan en la Tierra-Firme); y en estas é otras islas, como no avia animales para la encorar, tenían los atambores como esta dicho”.(p. 237)

Es obvio que el cronista no tuvo acceso a información suficiente sobre estos particulares aspectos del singular repertorio de instrumentos de nuestros aborígenes, sino a incompletas, festinadas o prejuiciadas referencias de segunda mano, dado lo reciente y virgen del intempestivo amanecer americano. Sus enfoques, en algunos casos, lucen artesanales y lastimados de subjetiva intrascendencia. La lamentable frase: “y en estas é otras islas, como no avia animales para la encorar”, evidencia su desinformación con respecto a la existencia de nuestra jutía, sobreviviente aún, aunque casi en extinción.

Los enjundiosos (1601), elaborados posteriormente a los de Oviedo (1535), obliga a asumirlos históricamente verídicos, depurados y comprobadamente verificados, frente a los de este último. De hecho, Herrera “Cuando emprendió esta obra, se le abrieron todos los archivos públicos y tuvo acceso a documentos de todas clases”. En otros casos, cronistas han descrito grupos en movimiento o ritualistas, haciendo uso de un “tambor” que, en razón de lo escrito por el propio Fernández de Oviedo (p. 237), o cuando describe (Herrera, p.91): “y con una semicontradanza al son de sus maracas y tambores fueron llegando de cinco en cinco”, están refiriéndose al singular “tamborillo” portátil y no al postrado Mayohuacan: (“… y este atambor ha de estar echado en el suelo, porque teniéndole en el ayre no suena”). La referencia de Herrera destaca habilidades en el “tamborero” aborigen, sincronizando sus graciosos repiques: “cuya desigualdad de sonidos concertaban con algún jenero de Consonancia”. El párrafo confirma la existencia inequívoca de dos tipos de tambores de sonoridades diferentes. En el extenso glosario del tomo denominado: “DESCRIPCIOND LAS INDIAS OCIDENTALES DE ANTONIO DE HERRERA CORONISTA MAYOR DE SV MAGd. DE LAS INDIAS, Y SU CORONISTA DE CASTILLA. AL REY Nro. SEÑOR”, denominado “Tabla General de las Cosas Notables y Personas Contenidas en la Descripcion de las Indias Occidentales, i las ocho Decadas antecedentes”, aparece la determinante y específica referencia: “TAMBORILES DE LOS INDIOS DE LA EFPAÑOLA, COMO ERAN?    I. 69. 1.”. El uso del plural en la palabra “tamboriles” y en la pregunta: ¿cómo eran?, confirma que existía más de un tamboril en la Española.      

El pirata Francis Drake, insensible victimador de La Española, en una rara y contradictoria faceta de hacedor de arte dejó para la historia unos interesantes “Manuscritos” titulados “Histoire Naturelle des Indes”. Expresivos dibujos donde el introductor de “The Drake Manuscript”, Verlyn Klinkenborg, relata que: “infortunadamente sus pinturas han sido destruidas por las circunstancias que gobiernan el destino de los artefactos históricos”, sin embargo, afirma a seguidas: “En algún momento probablemente a inicios de 1590”, solo cuatro  años después del saqueo de Santo Domingo en 1586, “alguien concienzudamente versado en lo Caribeño” concibió la notable recolección de imágenes y textos que ha llegado hasta nosotros como los “Drake Manuscript”. Un dibujo, particularmente interesante, en estos “Manuscritos” aparece numerado “f. 107” y su

“Cuando las indias están laborando, los indios se reúnen con sus instrumentos musicales y caminan alrededor de la casa  llamada “el bohío”, bailando, haciendo tanto ruido como sea posible y cantando en voz fuerte, expresando que por estos medios los sufrimientos de la mujer desaparecerán”.

Tres indios desfilando componen el conjunto ejecutante: fotuto, maraca, pandero y gayumba. A la espalda del último, quien sopla el enorme fotuto, se percibe parcialmente una colgante tambora.

El tipo de tambora que observamos a la espalda del “fotutero” es ya instrumento evolucionado, no un “calabazo largo entre dos pieles de jutía”, sino, una formal tambora, hecha de tablillas alargadas, estrechas y ajustadas. Drake irrumpe en 1586, casi a un siglo de contactos culturales. Es de presumir, a 94 años del injerto español, el aborigen habría asumido, adaptado o adoptado costumbres y expresiones instrumentales, que de algún modo contagiaron sus simpatías o les resultaron útiles o convenientes. Detalles como el “monito” sobre el techo de canas tienen respuesta en el acierto de Renato Rimoli, en 1975, localizando en las cuevas de Berna restos de simios en La Española. El bohío cónico es igualmente observable en gráfica de Fernández de Oviedo (“Historia General y Natural…”,T. I, p. 73. Lámina I, No. 9).

Pero lo que valida y da solidez documental a esta pictografía es que el detalle descriptivo de la tambora coincide con otra invaluable y definitiva muestra publicada 238 años después, confirmando su vigencia histórica, específicamente, en La Española. El elocuente dibujo aparece en la emblemática obra “Vida y Viajes de Cristóbal Colón”, editada por el “famoso autor norteamericano Washington Irving en 1829”. En el capítulo X, bajo el título de “Excursión de Juan de Lujan por las Montañas. Costumbres y Caracteres de los Naturales. Vuelve Colón a La Isabela”, fechando la acción en 1494, Lujan premia su relación con esta importante frase: “Había atravesado gran parte de Cibao, país más capaz de cultura que se creyó al principio” y más adelante, retratando un ignorado Edén paradisíaco silvestre: “Se veían trepar grandes vides hasta las cimas de los árboles, cargadas de racimos ya maduros, llenos de jugo, y de agradable gusto” (p.249).

Esta heroica pictografía, titulada: “Fiesta religiosa de cada cacique en honor de su cemí”, confirma no solo la presencia de la tambora en la cultura aborigen, sino reconfirma que desde remotos tiempos era ¡PERCUTIDA CON UN SOLO PALITO!, como destaca en 1829, espectacular y notoriamente, la invaluable gráfica de Washington Irving (p. 253). Su mano derecha en el aire, en proceso descendente de golpear el cuero con la palma de la mano desnuda y el mecanismo lógico de su accionar, retrata en la imagen el estilo de toque alternado con el notorio “palito” que percute con su mano izquierda.  Los rasgos de confección de la tambora graficada coinciden con el tipo de tambora a la espalda del “fotutero”, que aparece en la pintura que habíamos destacado en los “Manuscritos” de Drake. Obsérvese el cuerpo del instrumento, confeccionado de modo similar, con tablillas largas y estrechas, ajustadas en redondo, y el cuero fijado, necesariamente, con un bejuco. La atestiguada por Drake (1586) acentúa con el fechado la antigüedad del temprano proceso de síntesis con relación a las inevitables influencias y aportes de la cultura popular española, materializadas en un imperdonablemente ignorado “Tamboril”.

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