El corre corre, gritos, emociones, movimientos desenfrenados, fuegos artificiales, bebidas, comidas y más acciones que externamos al llegar el Año Nuevo. Nos creemos que la buena suerte nos espera en la esquina, pensamos que una acción taumatúrgica, que un poder medieval o mágico nos llegará y llenará nuestra casa de salud, de dinero y de acciones positivas.
Muchos dicen, este año será mejor y en este nuevo período vamos a resolver todos los problemas. La magia, la tradición y el anhelo a los cambios nos envuelven y nos convencen de que así será.
Hasta cierto punto el Año Nuevo nos activa y nos impulsa a tomar decisiones serias e innovadoras; pero esos cambios no se basan en una simple emoción y no existe tal taumaturgia cuando se habla de cambios de paradigmas, que es precisamente lo que se requiere para inducir cambios personales, estructurales y estatales. Como dominicanos deberíamos hacer un paro antes que suenen los fuegos artificiales señalando que ya llegó el Año Nuevo; en ese paro intencional debemos escribir de forma imborrable los puntos neurálgicos que deben ser sustituidos en nuestra forma de pensar.
Para lograr ese ejercicio se require más que una acción sentimental. Es que para cambiar los códigos que nos dominan y que nos oprimen debemos reconocer que hemos caminado con el enemigo, aplaudiendo a los enemigos, y premiándolos con la dirección de nuestra mayor empresa: El país.
Debemos reconocer que cambiar el ambiente clientelista en una sociedad mentalmente pobre cuesta mucho, es un proceso incómodo, tiene su precio, pero si no lo hacemos entraremos en otro Año Nuevo con las mismas debilidades y maldiciones que hemos venido arrastrando desde hace años.
Para cambiar aquellos hábitos que impiden una evolución y una vida en abundancia se demanda más que una oración. Creo en la oración, pero la oración y los deseos se materializan en un contexto de disciplina y de obediencia a Dios y a las leyes ya establecidas.
Pero nosotros somos una cultura anárquica, no organizada, espontánea y muy relacionales, y cuando no existe un balance o contrapeso, esos comportamientos desfavorecen los deseos que pedíamos al famoso Año Nuevo; y lo mágico se desintegra, los deseos nunca llegan y lo taumatúrgico queda suspendido en tela de jucio.
Si pudiéramos extrapolar el énfasis y la energía que usamos en los jugos del béisbol. Imaginémonos cada región gritando como se grita en los juegos, para que por fin el sistema eléctrico sea estable y para que la corrupción no sea algo normal y aplaudido.
Visualicémonos en cada región aplaudiendo y exigiendo que gane el
Licey, las Águilas o las Estrellas (perdón, cometí un error) quise decir, que gane la implementación de un sistema realmente democrático, que abarque no solo el frágil “derecho al sufragio”, pero que también cada familia dominicana tenga el derecho y no el privilegio de disfrutar de nuestras riquezas que poseemos como país. ¡Pero no! Todo es mágico, medieval, anárquico, religioso, sensorial, oportunista, somos un país que funciona como la lotería, todos juegan pero algunos son los privilegiados.
Nos quedamos callados, conformes y actuando como gallinas alimentadas con granos que nos dirigen al encerramiento. Más adelante buscamos culpables, nos reímos de nuestros sufrimientos, hacemos cuentos de ellos, creemos y no creemos en un cambio definitivo. Somos fatalistas y taumatúrgicos cuando hablamos de cambios en el Estado.
Bueno, a pesar de todo esto les deseamos un nuevo Año Nuevo, más de ahí no podemos desearles; es que lo otro me toca a mi, a ti, a nosotros. Solo ejerciendo el poder que poseemos como ciudadanos, aquella capacidad que Dios nos entregó para administrar y preservar, la potestad ciudadana, tendremos en el futuro un próspero Año Nuevo.