A partir del día primero de junio hasta el 30 de noviembre se inicia la temporada ciclónica tropical que abarca todos los países del Caribe, incluyendo la costa este de los Estados Unidos, la Florida y el Golfo de México.

 Durante los próximos seis meses estaremos expuestos al paso de los ciclones por nuestro territorio y de las consecuencias que de ese fenómeno atmosférico se derivan.

 Los ciclones son remolinos de aire caliente que se forman cuando el agua del océano sube a más de 26 grados centígrados y, aunado a baja presión atmosférica, los vientos convergen aumentando el ascenso de aire caliente y húmedo que libera vapor de agua que es la fuente de energía de los mismos.

Se categorizan por la intensidad de sus vientos en: a) Depresiones tropicales, cuando sus vientos se desplazan a menos de 62 kilómetros por hora; b) Tormenta tropical, cuando los vientos se desplazan hasta los 117 kilómetros por hora; y c)  Los ciclones propiamente dicho en más de 118 kilómetros por hora. A partir de esa velocidad, se clasifican en categorías 1, 2, 3, 4 y 5, dependiendo de la velocidad de sus vientos.

 Es tiempo de que el país comience a organizarse para prevenir los efectos que causan los ciclones en la población. Si tomamos a tiempo las medidas preventivas seguramente serán menos los daños y, sobre todo, las pérdidas de vidas humanas que tengamos que lamentar.

 No hemos observado ninguna actividad preventiva y de educación ciudadana en cuanto al fenómeno de las instituciones correspondientes. Consideramos que los gobiernos locales y las diversas instituciones del gobierno central deben hacer más esfuerzos en labores como poda de árboles para evitar que sus ramas se entrecrucen con los alambrados eléctricos que llevan la energía lumínica, cables de televisión y evitar la caída de los mismos árboles.

 En las ciudades costeras, aún no se establecen rutas debidamente rotuladas, para la circulación vehicular de emergencia,  ante la amenaza de entrada del mar y evitando circular por las avenidas que se inundan con facilidad, para que el tránsito fluya mejor ante lluvias copiosas.

 Debe haber promoción  al inicio de la temporada ciclónica, que informe la ubicación de los albergues y el tiempo en que  se abrirán a la población que vive en lugares frágiles y peligrosos.

 ¿Cómo se manejarán las presas? ¿cómo proteger ciertos cultivos y ganados? ¿Qué hacer para proteger puertas y ventanas? En fin, comenzar toda una programación educativa a la población para evitar pérdidas humanas y materiales, o por lo menos minimizarlas.

 ¿Existen depósitos en la Capital y otras ciudades del interior con el almacenamiento adecuado de alimentos enlatados, agua potable envasada, medicamentos de primeros auxilios, frazadas, y otros elementos debidamente organizados para enfrentar estos fenómenos naturales? En caso de existir, ¿quienes los manejarán, cuándo y cómo serán distribuidos por áreas geográficas?

 Las escuelas, ¿contemplan educar a los niños sobre qué son los ciclones, cómo se forman y cómo afectan? Importante para ir educando los jóvenes con más conciencia de estos fenómenos y mejor comprensión para la toma de decisiones futuras.

 Consideramos que debe haber una organización permanente en cuanto a equipos multidisciplinarios de profesionales de la salud, estudiantes de las universidades, bomberos, policías, militares, electricistas, carpinteros, en fin, equipos que se conozcan con nombres y apellidos, direcciones físicas y teléfonos que puedan tener por lo menos un entrenamiento básico en caso de catástrofes y que posean identificación especial para actuar en caso de que sean llamados para tal finalidad.

 Nuestra población ha probado antes su espíritu de cooperación y el más reciente ejemplo fue cuando se volcó ayudando al pueblo haitiano ante el potente terremoto que asoló ese país.

 Comencemos a organizarnos, y no dejemos a la improvisación inmediata la respuesta en caso de que nos afecte uno o más ciclones en ésta y futuras temporadas ciclónicas.