La teoría de la tortilla y la
preferencias electorales

La teoría de la tortilla y la<BR>preferencias electorales

RAFAEL ACEVEDO
Cada partido político cuenta con una masa de militantes y simpatizantes a la cual, para fines de votaciones, se le agrega una serie de relacionados, que se vinculan directamente con sus dirigentes y militantes,  y forman el contingente de sus actuales votantes.

A estos se les suma la porción de los disgustados, provenientes de otros partidos y de los que no tienen vínculos ni filiación, que son votantes migratorios o que normalmente sólo votan en especiales circunstancias, y que suelen ser alrededor de un 20% de la población en condiciones de votar. Hay, además, otra parte de la población que no participa en elecciones de ninguna manera.

Por otra parte, parece existir una categoría un tanto amorfa y difusa, de procedencia diversa, que podríamos llamarles “acechadores de la tortilla”, que apuestan conservadoramente, y que cuando llega el momento en que las cosas están en un punto cercano al equilibrio, esto es, cuando hay poca diferencia entre los principales candidatos en un escenario polarizado, entonces se frotan las manos ante dos posibilidades: una, que su voto pueda formar parte de los votos decisivos para voltear la tortilla, y le puedan caer boronas de la misma. Este comportamiento de apostador de último momento, no se produce si la cosa no está más o menos pareja.

Como van las cosas en nuestro escenario político, El presidente Fernández podría quedarse en el puesto si no comete grandes errores, o muchos pequeños, o si no ocurre algún hecho o fenómeno que produzca temor o mayor desencanto en un sector numeroso de la población. Los recientes nombramientos de figuras principales de partidos pequeños y de alguno de sus seudo opositores, son del tipo de esas medidas que la gente ve como erráticas y que dan señales de preocupación en las esferas de Palacio. Lo peor de estos nombramientos es que con ellos el Presidente afianza su ya connotada imagen de violador de las reglas institucionales, de mal gusto y de poco tacto y falta de consideración de lo que la gente piensa.

Pareciera evidente que dados su talento, su propia ejecutoria, su condición de conocido y su posición de poder, el Presidente podría considerarse imbatible por parte de adversarios cuyos perfiles distan de ser competitivos frente al gobernante. Pero en la confianza suele estar el peligro. Según los datos de encuesta que podemos creer, la ventaja de Leonel no es como para descuidarse. Con un trabajo arduo y consistente, Vargas ha logrado compactar a militantes y simpatizantes del PRD, cuya suma ha sido de algo más de un 30% de los electores. Los militantes y simpatizantes del PLD pueden andar por cerca del 40% y los del PRSC por algo más del 10%. Queda pues entre un 10% o algo más que, junto a los reformistas que desde la primera o en la segunda vuelta se convenzan de que no tienen oportunidad, jugarán a la apuesta conservadora: Unos se pueden convencer con argumentos pecuniarios desde el Gobierno, otros pueden dejarse atraer por la posibilidad de derrotar un gobierno al que ya no tienen simpatía y ante la posibilidad que una volteada de tortilla le caiga a ellos su borona.

Tal como se ven hoy las cosas, las apuestas están cerradas, pero favorables al PLD. Pero nada está aquí seguro, especialmente porque estamos presenciando a un Leonel errático y desconsiderado y si se repite el derroche de poderío y gasto público que fue estilo en la campaña contra Danilo, se puede generar un amplio rechazo ciudadano que pondrá a mucha gente a desear, a pesar de los muchos riesgos que hay en un retorno del PRD, a desear que la tortilla se dé vuelta.

Esto así, debido a que tienen dificultad económica o perciben la situación como perjudicial para si o personas cercanas, o que se sienten disgustadas con el gobierno.

Están muchos de clases medias, mayormente de clase media baja,  que en un momento determinado cambian su preferencia electoral (pasan por un período dudoso frente al voto.

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