“LA TIENDITA DEL HORROR” en clave de comedia negra

“LA TIENDITA DEL HORROR” en clave de comedia negra

La experiencia es un valor agregado en cualquier actividad, por lo que ver un musical producido y dirigido musicalmente por Amaury Sánchez es una garantía de calidad, independientemente de que el musical propiamente guste o no.
“La tiendita del horror”, con libreto de Howard Ashman y música de Alan Menken, basado en la película de Roger Corman -1960- fue estrenado en 1982. El musical de comedia negra narra la historia de ficción que transcurre en una pequeña tienda de un suburbio de Nueva York, propiedad del señor Mushnik, que ante la mala situación por la que atraviesa la tienda decide despedir a sus dos empleados: Seymour y Audrey. Pero entonces ocurre algo inesperado, tras un eclipse de sol llega desde el espacio una planta que cambiará el panorama de la tienda. Inicia la ficción.
El espacio escénico, delimitado por una excelente escenografía diseñada por Yeimy Diaz y realizada por Carlos Ortega, nos sitúa en la pequeña tienda y su entorno marginal. Como en todo buen musical, el prólogo tiene que ser necesariamente un numero impactante por su acción y melodía; tres jóvenes, especie de narradoras, hilo conductor, cantan “Skid Row” –Downtown–. Alanna Cabrera, Ylsa Moreno y Natalia Sánchez, unen a sus voces una movilidad atractiva, que irá “in crescendo” en las subsiguientes escenas.
Penetramos en la tiendita, y allí conocemos a su dueño, el codicioso señor Mushnik, interpretado por un Kenny Grullón estupendo, y a sus empleados. El dueto formado por Javier Grullón –Seymour- y Judith Rodríguez –Audrey- logra una empatía formidable, y da muestras de verdadero talento en sus disímiles papeles: él, ingenuo y estúpido; ella, una joven atractiva, pero tonta. Otro personaje cónsono a la historia es el sádico dentista, -Orin- encarnado por Frank Ceara, quien se luce tanto en el canto como en la actuación, interpretando además, otros personajes como el borracho y el locutor.
Sin duda el elemento esencial de la trama es la planta que salvaría a la tienda de la ruina, pero su naturaleza vampírica llevará a delinquir al ingenuo Seymour, para saciar su sed; la planta llamada Audrey II, crece, se agiganta, al tiempo que crece su apetito voraz y, con voz patética, pide más, parecería que además de Orin, los otros personajes también serán sus víctimas, sin embargo el final es otro, es un “happy end”, especie de metáfora, en que el bien triunfa sobre el mal.

Antonio Melenciano da voz y vida a la planta gigante –artificio efectista, bien elaborado– y produce escenas patéticamente atractivas e hilarantes. Melenciano asume además otro rol, es un comprador seducido por la planta, que aun no ha crecido. La historia de ficción definitivamente inspiró al compositor Alan Merken, cuya hermosa música es soporte para números visualmente atractivos, donde el movimiento constante se convierte en una auténtica coreografía.
Otro elemento a destacar son las voces afinadas de los versátiles artistas, en las que se advierte el eficiente entrenamiento al que han sido sometidas por la directora vocal, nuestra gran soprano Paola González.

El espléndido acompañamiento ofrecido por la pequeña orquesta dirigida por Amaury Sánchez e integrada por excelentes músicos, ha sido decisivo para el éxito de este musical, en el que además, el humor negro e ingenioso, presente siempre, consigue mantener al público entretenido, provocando una sonrisa o la risa contagiosa. La escena final concurrente, es espectacular. Pero todo espectáculo escénico, en su pluralidad, tiene un eje conductor que pauta y une las partes, haciendo posible un todo coherente y seductor, y este eje no es otro que el director artístico. Waddys Jáquez dirige e imprime su particular sello, haciendo énfasis en el ritmo sostenido de la acción, principio fundamental del musical, presente en esta espléndida puesta en escena.

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