Alguna vez leí, escuché, en más de una oportunidad que Adolfo Hitler había trabajado para ampliar el cielo de Alemania en busca de “espacio vital”. Cierto o falso, tengo entre mis recuerdos de infancia y adolescencia, la conversación con un niño alemán, sobreviviente de un naufragio en las costas del este, quien no hablaba español, ni yo alemán. También la “información” según la cual los japoneses nos vendían sardinas hechas de cartón, antes de la segunda guerra mundial.
El primer ejercicio de brutalidad criminal del Ejército de los Estados Unidos fue la conquista del oeste, campaña que fue una guerra de conquista durante la cual se llevó al cabo el despojo, cuasi desaparición, de los posiblemente millones de aborígenes norteamericanos que poblaban aquellas inmensas llanuras donde cabalgaron, amaron, trabajaron y vivieron en libertad, hasta que llegó la hora del degüello, que no otra cosa fue la tan cacareada conquista.
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Siete décadas atrás, leí la novela “La buena tierra” escrita por la hija de un misionero norteamericano en China, Pearl S. Buck, Premio Nobel de Literatura del año X, al final del cual el mensaje está claro: la tierra no se vende.
Mi primo Jorge Gautreau Ibarra comentaba, en mi casa de Villa Altagracia, que Gene Autry, famoso por las películas de vaqueros que protagonizó sentenciaba: la tierra no se vende, ya Dios no está haciendo más.
Mi hijo Juan Gabriel Gautreaux Martínez formó parte del contingente de la Policía Nacional enviado por el presidente Leonel Fernández a los Balcanes, a participar en las tareas de pacificación, pasada la guerra de los serbiobosnios. Conoció de primera mano el drama que facilitó la creación de la república de Kosovo, un parcho mal pegado que convenía a intereses geopolíticos de Estados Unidos, la Unión Europea y occidente en la zona, ninguna razón humanitaria, como dijeron.
Como los albanos en Kosovo, los haitianos necesitan otro cielo, más allá del propio, para imponer su cultura y sus prácticas de tierra arrasada. Convertir los bosques en suelos estériles. Practicar la falta de higiene y la vida entre la basura, lo cual lamentablemente han permitido, por su propia pereza y por su permisiva voluntad y convertir la pocilga en un estilo de vida.
El Gobierno que se amarre los calzones para que no se les caigan. El horno no está para galletas. Falta un plan nacional de reafirmación de la nacionalidad. Una campaña permanente de reavivación de los valores patrios, en la escuela, universidades, cuarteles, centros de trabajo, prensa, radio, televisión y los poderosos medios de las redes sociales.
¡Avispémonos!
Los Guaraguaos lo dijeron así:
“No, noooooo
No basta rezar
hacen falta muchas cosas
para conseguir la paz”