La tinaja blindada

La tinaja blindada

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Todos los hombres mueren; unos mueren primero, otros mueren después; no mueren en orden alfabético o en orden de tamaño; ni siquiera en orden cronológico, que sería cosa más probable y verosímil: los viejos a la tumba antes que los jóvenes. Pero no es así; he visto muchos jóvenes morir mientras montones de viejos jugaban a las cartas o inventaban historias en las tabernas. En virtud de estos antecedentes -me dijo sombriamente Ladislao Ubrique – he decidido escribir un detallado memorial acerca de espantosos asuntos de que he sido testigo y de otros, no menos espantosos, sobre los cuales he escuchado conversaciones o recibido confidencias.

Sólo pretendo descargar mi conciencia de unos saberes incómodos y peligrosos. No tengo la menor esperanza de que mis revelaciones “perduren durante siglos en la memoria de la humanidad”. Esta es una frase hueca que nos llega desde el romanticismo decimonónico. Si desaparecen los planetas y las estrellas, es obvio que también los escritos se esfuman sin dejar rastros. Existe la vieja tradición de echar al mar botellas con mensajes para que sean recibidos “en cualquier playa del mundo por algún desconocido”. Sin embargo, es más probable que las botellas con mensajes, batidas por el oleaje, se estrellen contra los acantilados. Los vidrios rotos van a parar al fondo del mar; y los mensajes son devorados por los peces junto con el plancton. Los famosos rollos del Mar Muerto aparecieron en el desierto de Judea metidos en una vasija de barro. El recipiente poroso protegió los textos bíblicos de la acción destructiva del continuo cambio de temperatura. En las cuevas de aquellos lugares se registran bajas temperaturas en las noches y altísimas durante el día. En verdad, es imposible preservar la literatura de los trastornos geológicos. Un terremoto puede destruir una ciudad entera y matar a todos sus habitantes. Y no habría quien leyera una noticia, un simple aviso, no digamos un libro. Los escritos todos, sean políticos, eróticos o científicos, podrían desaparecer del universo por efecto de un bólido. Se dice que los dinosaurios y diplodocos fueron exterminados a causa de un choque sideral.

Algunos cosmólogos están convencidos de que, con el intervalo de unos pocos millones de años, los planetas colapsan como vejigas de vacas reventadas por el sol. Por tanto, no lograré salvar mis documentos memoriales de las conmociones geológicas. Pero un amigo de infancia, político muy astuto, me aseguró que siempre hay gente que sobrevive a los cataclismos. No existen contratos de seguros para “protección cosmológica de la propiedad intelectual”, dijo sonriendo burlonamente; aunque si es posible conseguir  la “protección antropológica”. No puedes esquivar las estrellas; sin embargo, es prudente contar con las malignidades y tretas de los hombres. Decidí entonces preparar una tinaja blindada, provista de flotadores y patas amortiguadoras para sacudimientos fuertes. La tinaja fue diseñada por un ingeniero hidráulico amante de la literatura moderna. Preparó una armadura interior en  cuyos intersticios colocó trozos de piedra pómez; encima de esa estructura trabajó el alfarero, quien usó un torno tradicional.

Después, un ceramista rodeó la tinaja de cinturones vitrificados; luego intervinieron los expertos en artes metalmecánicas que la acorazaron con bastones de acero y láminas de aluminio anodizado.

Los flotadores y los muelles externos dieron a la tinaja el aspecto de una bomba de altísima potencia. En la parte inferior está inscrito el código de apertura para acceso al Memorial del siglo XX, que es el título con que Ladislao bautizó su escrito. Del contenido del memorial de Ubrique sólo tengo noticias aisladas. Le oí decir que los delincuentes, los políticos y los hombres de negocios, habían formado una alianza inextricable. A finales del siglo XX las sociedades modernas llegaron a ser conducidas por arrieros, como manadas de ovejas, esquilmadas, apareadas, sacrificadas y carneadas, sin consideraciones de ninguna clase. La única preocupación, aparentemente, era “el costo de operaciones”. La política internacional de nuestro tiempo presenta el aspecto de un complot ordinario al que se añaden programas de mercadotecnia. Los medios de comunicación de masas  deben contribuir a entontecer las ovejas, a fin de que el trabajo de los pastores sea mucho menor. Las eficaces tecnologías administrativas automáticas permitirán mejor control en los rebaños donde surjan ejemplares díscolos o turbulentos.

La idea nietzscheana del superhombre es la última cabriola de la vieja concepción romántica individualista.Una persona libre de ataduras morales, ciertamente, puede actuar a su antojo, dando rienda suelta a “la voluntad de poder”. La pérdida de escrúpulos es la pérdida de autoexigencias morales. Lo actual, lo nuevo, consiste en organizar desde el poder público la disolución de todo reglamento ético, en la supresión o el combate de las enseñanzas de carácter moral. Las religiones -las tres grandes religiones monoteístas- son obstáculos ideológicos para la adopción del mercado como ley colectiva supranacional. Cuando Ladislao habló de las próximas guerras religiosas, pensé que había tomado algunos tragos de más. Pronosticó que los diez mandamientos de la Ley Mosaica serían abolidos en una convención internacional de los grandes países industrializados. Lo explicaría en un extenso memorial que depositaría en una caja fuerte. Afirmaba Ubrique que la religión ha servido, en todos los tiempos, para fomentar tanto la sumisión como la rebelión.

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