La tolerancia agoniza

La tolerancia agoniza

Muchas imágenes del mundo contemporáneo son contrarias a la tolerancia. La tragedia del 11 de septiembre, el ataque contra Irak, la acción de los kamikaze chechenos, las consecuencias de la segunda intifada o, en escalas no tan globales, las manifestaciones de racismo o el asesinato de mujeres a manos de sus maridos, son las crudas imágenes de la no-tolerancia. Todas estas realidades hacen ver la urgencia de reencontrar el sentido profundo del desgastado término tolerancia, que parece agonizante.

Esta es una de aquellas palabras que, de tanto usarlas, ha ido perdiendo el sentido y el valor individual y social que podría tener en la construcción de una armónica convivencia y social que podría tener en la construcción de una armónica convivencia, de una buena salud mental individual y social de una democracia sin exclusiones. «La tolerancia -dice el filósofo Francesc Torralba- es la sustantivación del verbo latino tolerare que significa etimológicamente soportar en los demás algo que uno desaprueba, usando indulgencia, no prohibiéndolo o no impidiéndolo». Y que, por lo tanto, «alguien se puede considerar tolerante cuando acepta sin alterarse las opiniones contrarias a la suya, sea en el orden ético, religioso, político o estético».

En la práctica, tolerar viene a ser deshacerse de los prejuicios, aparcar los presupuestos ideológicos, incluso dar espacio a dudar de las propias convicciones y empezar a caminar por el sendero de aceptar que también el punto de vista del otro tiene algo de verdad y de razón.

Y aunque muchas veces tolerar no resulta tan fácil, también es cierto que los niveles actuales de resistencia frente a la adversidad, el desacuerdo y el fracaso son bajísimos.

No hay demasiada tolerancia y la templanza -también entendida como continencia- tampoco pasa por sus mejores momentos.

Sin querer ser excesivamente críticos, parece que muchas personas del mundo contemporáneo prefieren las posturas más bien light, que requieran menos esfuerzos y compromiso. Porque tolerar implica eso: esfuerzo y compromiso, para soportar, aguantar, resistir la fuerza de los instintos primarios y apostar, más bien, por una especie de fuerza espiritual que nos permita escuchar al otro, ponernos en su lugar e intentar entender sus razones.

[b]* Tolerancia activa[/b]

Lo que se añora no es una tolerancia débil, acrítica, incondicional o indiferente. No se trata de cerrar los ojos y dejar pasar. Lo que se debe buscar es una tolerancia con contenidos, que sopesando lo positivo y lo negativo del otro, sea capaz de respetar su dignidad y sus libres opciones.

Una tolerancia activa que «consiste, en primer lugar, -como asegura Félix Martí, ex-director del Centre UNESCO de Catalunya- en aceptar que la verdad es poliédrica, es decir, que accedemos a ella desde perspectivas diversas y complementarias, que no hay un solo punto de vista y que es bueno hacerse cargo de las razones de los otros.

Nadie debería querer ejercer ningún monopolio de la verdad. Ni las religiones, ni las ideologías, ni los partidos políticos deberían pretender imponer una sola interpretación de la realidad (…). La tolerancia activa significa consensuar formas no violentas de resolver los conflictos entre las personas y los diversos grupos que conviven en cada sociedad y, en general, en todo el mundo (…)».

También debería tratarse de una tolerancia que permita rechazar y denunciar las acciones u omisiones que atentan contra la dignidad y la libertad de la persona, contra los derechos humanos o contra la libertad de expresión (verbigracia la ablación o cualquier manifestación de violencia). Debería ser tolerable todo aquello que anteponga el harm principle, el principio «de no hacer el mal», de no dañar.

[b]* La tolerancia se aprende[/b]

Pero como casi todas las cosas de la vida, se debe aprender a ser tolerante. Llegar a una tolerancia positiva, a una aceptación, exige, por una parte, un esfuerzo pedagógico colectivo y, por otra, una pedagogía individual, activa y realista, probablemente relacionada con la edagogía del fracaso y del esfuerzo. Ser capaces de asumir el desacuerdo, la frustración, incluso el fracaso, puede ayudarnos en el camino de la tolerancia.

Aprender a tolerar también implica escuchar dialogar, conocer, indagar, preguntar e interesarme por el otro, por sus motivaciones e intereses. Es necesario fundamentar la tolerancia en el convencimiento de que la propia verdad no es la única; en que el diálogo es indispensable y en que podemos ofrecer a los demás nuestras propias convicciones, respetando y aceptando las suyas como válidas.

Frente a una tolerancia agonizante, será necesario proclamar con fuerza el espíritu tolerante. Y aunque la perspectiva sea pesimista y hacer realidad una sociedad tolerante parezca una utopía, no se puede olvidar que sólo lo que se ha soñado ha llegado a convertirse en realidad alguna vez.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas