La Torre del Homenaje

La Torre del Homenaje

Una visita a la ciudad colonial de Santo Domingo puede desatar sentimientos contradictorios en cualquier dominicano “mayor de edad”. Las personas “mayores” fueron educadas en medio de “estructuras culturales simbólicas” que la gente joven sólo percibe parcialmente. La calle Las Damas es la primera calle del Nuevo Mundo; en la plaza contigua al Panteón Nacional existía una tarja con los nombres de los distinguidos caballeros españoles, cuyas esposas fueron damas que paseaban por aquella vía primeriza. Esa inscripción, lamentablemente, ha sido robada; desprendida de la pared donde estaba empotrada y atornillada. Más doloroso aun es que hayan desaparecido los restos de Alonso de Ojeda y el relieve de bronce que cubría el nicho de su tumba.

Cruzar bajo la Puerta de Carlos III, en la Fortaleza Ozama, también podría causar emociones diversas. En la Torre del Homenaje han flotado numerosas banderas: de España, de Francia, de Inglaterra, de la Gran Colombia, de Haití, de los EUA y, por supuesto, de la República Dominicana. Siete banderas son pruebas coloreadas de las vicisitudes de nuestra historia; y renuevan los sentimientos que dieron lugar a la famosa quintilla del padre Vásquez: “Ayer español nací,/ a la tarde fui francés/. Hoy dicen que soy inglés./ No se qué será de mí”.

Regresar a la ciudad moderna, por la Avenida del Puerto, nos conecta con el malecón de Santo Domingo y nos permite mirar, “de reojo”, la Puerta de la Misericordia, el comienzo de la muralla que protegió en el pasado a la Ciudad Primada de América, el obelisco con el cual Trujillo celebró el cambio de nombre de la villa que Ovando edificó. La historia persiste de algunos modos que no entendemos completamente. Sobrevive a través de los ojos y la educación; nos invade con tristezas colectivas.

El ruido del Mar Caribe, a lo largo del malecón, parece producido por una garganta telúrica que intentara articular lamentos viejos de siglos. Las aguas anegan los acantilados como si esculpieran gárgaras de sal contra la isla. Tal vez ese sea el sonido acuático de la soledad antillana toda. Homenaje perpetuo a la resignación de estos pueblos. “Blues” llaman los negros norteamericanos a las canciones tristes. ¿Será este el “blue” del malecón?

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