La totalidad poética de Plinio Chahín

La totalidad poética de Plinio Chahín

Considero un acierto el hecho de que el Ministerio de Cultura, bajo la conducción del escritor Jose Rafael Lantigua, a través de la Editora Nacional, que dirige el poeta Leon Felix Batista, haya decidido publicar un volumen contentivo de la totalidad de la obra poética de Plinio Chahín, desde 1986 hasta la actualidad.

La de Chahín es, a mi ver, una de las más singulares expresiones poéticas de nuestra tradición en los últimos treinta años. Esa singularidad descansa, fundamentalmente, en la personalidad de su lenguaje inventivo, por un lado, y por el otro, en el sustrato ontológico, radicalmente existencial, que afincado en la relación pensamiento y poesía, hilvana su cosmovisión, su actitud vital y su propia obra creadora.

Pertenece, por su confesa y ostensible vinculación con la Poética del Pensar, característica de buena parte de lo más granado de la Generación de los Ochenta, a la selecta estirpe del poeta pensador, cuyo linaje se remonta a la articulación imaginativa de la filosofía y la poesía, de larga data en la cultura de Occidente, entroncada, a su vez, en las geniales figuras del gran poeta Hölderlin y del extraordinario filósofo Martin Heidegger, último que acuña el afortunado término que intima, que hibrida, sin desperdicios, los actos de pensar y poetizar.

Más de una visión crítica de la poesía del también ensayista Plinio Chahín ha catalogado su obra creativa como un universo estructurado en base a una escritura fragmentaria; sagaz, eso sí, pero, siempre fragmentaria, sentenciosa. Sin embargo, si bien es acertado el juicio al diseccionar verso a verso la escritura poética en cuestión, no lo es menos el hecho de que en el autor de Consumación de la carne (1986), Solemnidades de la muerte (1991) y Hechizos de la Hybris (1998) encontramos, desde su primera obra, el constante fluir de una poesía de extenso aliento, aunque, de suspiros entrecortados, elipses de silencio, huellas de la palabra diluida, vestigios de una narración deconstruida, de un lenguaje sin lenguaje, de un gesto interrumpido, en fin. Es decir, la búsqueda de la construcción del poema largo, con un mismo telón de fondo discursivo y existencial, con una atmósfera, personajes simbólicos y estructura rítmica definidos, pero, imbricados en una sintaxis del verso o arquitectura del poema que resaltan las virtudes de la síntesis como esencia del lenguaje poético y del brillo del estilo aforístico o la agudeza fragmentaria en la superficie misma del poema.

Esa propiedad hace que la poesía de nuestro autor luzca un aspecto eminentemente hermético, de lo cual no rehúye Chahín, sino que más bien lo procura mediante el contacto y admiración de poetas herméticos como los italianos Eugenio Montale (1896-1981), Giuseppe Ungaretti (1888-1970) y Salvatore Quasimodo (1901-1968), y lo que el propio poeta asume como predecesores de estos y maestros del simbolismo francés Stéphane Mallarmé (1842-1898), Paul Verlaine (1844-1896), Arthur Rimbaud (1854-1891) y Paul Valéry, entre otros de la misma tradición literaria italiana. Sin embargo, hermetismo poético no es sinónimo de oscuridad semántica o de galimatías expresivo.

De lo que sí es dueña, en cambio, esta tendencia es de lograr un balance de orden estético entre lo mas plástico del lenguaje poético, lo más hondo del pensamiento y lo más dramático de la existencia humana. ¿A qué más podrían aspirar la sed de trascendencia y el hambre de vigencia, ulterior o inmediata, propios de un decir poético condicionado por el habla e ideología de un sujeto, su propia cosmovisión y su postura ante el lenguaje, los valores de una lengua-cultura y los avances y retrocesos de la sociedad en un determinado tiempo histórico?  ¿A qué más?

Cuando se lee en su totalidad la obra poética de Plinio Chahín, el lector va descubriendo los engarces, la imbricación sutil, sensible e inteligente de la sintaxis del poeta dominicano con versos de grandes poetas universales, elevando a un alto grado de plasticidad simbólica y hallazgo expresivo aquello que M. Bajtin llamó, a secas, intertextualidad; es decir, la vivencia compartida en la corporeidad misma del poema entre vestigios escriturales de distintas épocas, tendencias estéticas, concepciones ideológicas y experiencias vitales.

Cohabitancia en la palabra, pues; arraigo en una misma y esencial emoción o idea, hecho que genera el milagro cotidiano de la sobrevivencia del arte en tiempos aciagos. Pero también, cohabitancia, en la carne del verso y la espigada columna del poema, de múltiples disciplinas del pensamiento y del arte que van, desde la pintura, la escultura o el dibujo, hasta la danza, la música, la arquitectura, la filosofía, las religiones y las ciencias, entre otros.

Y es, precisamente, esta densidad evocativa, polisémica la que plantea al lector un grave y aventurado desafío, antes que simplemente colocarlo ante un muro con escritura rúnica o jeroglífica, o bien, un texto abstruso, oscuro, acomodaticiamente apodado de hermético. Lejos de esto, la poesía de Chahín aparece como un fresco, en cuya lectura van surgiendo alegorías, imágenes, invocaciones y rastros de otras voces, siempre hechas suyas, que remiten a fuentes de considerable significado en las tradiciones literarias y culturales de Oriente y Occidente. Se trata, de lo que virtuosamente podríamos llamar, una escritura poética culta.

Con la publicación en 2007 del volumen Cabaret místico, el cual reúne los tres poemarios antes citados, más, la primera versión de Ojos de penitente, ahora corregido y ampliado, se ofrece la primera posibilidad de una percepción integral de la obra poética de uno de los más relevantes y consagrados integrantes de la denominada Generación de los ochenta, de singular presencia en la tradición literaria dominicana a horcajadas entre los siglos XX y XXI. Ensayista de fuste y poeta de fina estirpe.

El presente volumen, Ragazza incógnita, que además del poemario homónimo, fechado en 2002 y 2006, comprende el libro, también de riquísimas, e implícitas y explícitas, alegorías intertextuales,  Narración de un cuerpo, de 2008, abarca el ejercicio poético completo de Plinio Chahín, desde 1986 hasta 2008. El término ragazza, muchacha, en italiano, remite, directamente, a la obra del pintor austríaco expresionista, tempranamente malogrado e iconoclasta; obsesionado con el cuerpo, el erotismo y la muerte; pornográfico e incestuoso; discípulo y sucesor precoz de Gustav Klimt, el genial Egon Schiele (1890-1918), y en especial, a su dibujo Ragazza inginocchiata, de 1917, la Muchacha desconocida, dibujada en distintas facetas, la cual ha impregnado de referencias  la literatura contemporánea en distintas culturas y lenguas.

Se puede rastrear, con fruición y facilidad, cómo el cuerpo, en tanto que espacio de las emociones, las sensaciones, el goce, el dolor, las relaciones de poder-saber y la muerte; y de igual modo, la palabra, el lenguaje como intento de nombrar lo innombrable, de decir lo indecible; como aspiración de significar aquello que significado no ha de tener, constituyen el eje central de la escritura poética de Plinio Chahín, con la que construye, aunque en constante deconstrucción, una cosmovisión que no aspira a otra cosa que la entronización del deseo y la libertad del ser sobre la faz mancillada de la página en blanco y la existencia.

Buen viaje, incógnito lector, por las sendas imaginarias de uno de los grandes poetas de la lengua y cultura dominicanas.

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