Cada día nos sorprende. Palabras, hechos, cosas siempre hay algo que nos hace salir del letargo de una rutina que, en ocasiones, nos amodorra y aturde. Últimamente, sin embargo, la sorpresa ha sido sinónimo de estupor.
Estos últimos días han sido tremendos. Primero vimos cómo tres menores de edad murieron durante hechos violentos ocurridos en un bar y dos colmadones en los que no debían estar.
No habíamos terminado de lamentar esas pérdidas cuando cinco menores con edades de 13 a 15 años mataron a un niño de 7 motivados por la envidia que sentían porque conseguía más dinero cuando pedía a los conductores. Su vida valió RD$300 que había recogido el día 24, cuando lo asesinaron.
Aún ándábamos como en shock con esta historia cuando supimos que Johansel Bayero, de 9 años, murió por ingerir cerveza y ron blanco con jugo de naranja en el cumpleaños de un amiguito. La intoxicación de alcohol le produjo un edema cerebral.
Si a esto le sumamos la cantidad de menores que están involucrados en bandas de robo, asesinatos de toda índole y casos tan variopintos como el del hackeo, no nos queda más que darnos unos tantos golpes en el pecho: la sociedad dominicana está destruyéndose, a golpe de desidia y malformación de sus ciudadanos, sin remedio.
Cada uno de los protagonistas de estas tragedias tendrá detrás un drama personal y/o familiar.
No puede ser causal. Esto debe llamarnos a reflexionar. Nuestra sociedad se ha tornado muy violenta. Ni siquiera los menores se abstraen de ella. Hagamos algo, sino será peor.