La tragedia los llenó de gloria

<p>La tragedia los llenó de gloria</p>

POR GUARIONEX CONCEPCIÓN O.
Este viernes 29 de diciembre se cumplen 69 años de que abortara el intento realizado por los países latinoamericanos de llevar a cabo una proeza memorable para la construcción de un monumento que recordara por siempre la hazaña del Gran Almirante Cristóbal Colón.

Ese esfuerzo, que implicaba un recorrido aéreo por cada una de las naciones de Latinoamérica, lo trataron de concretizar República Dominicana y Cuba.

Fue un propósito oficial, aprobado por los congresos respectivos, en resoluciones que debían cumplir pilotos de gran pericia de ambas naciones, en representación de sus hermanos de los restantes países.

Se concibe la proeza

El mandato para cumplir la misión fue consignado en la Ley No. 1412, que fija el 12 de noviembre como la fecha en que debía realizarse el Vuelo Panamericano pro-Faro a Colón, a que se refiere la ley 1375, promulgada el 13 de septiembre del año 1937, luego de ser declarada de urgencia por el Congreso Nacional, en nombre de la República. La ley fue dada en la Sala de Sesiones de la Cámara de Diputados, el día 9 de noviembre de ese año, firmada por el presidente del hemiciclo, Arturo Pellerano Sardá y por los secretarios R. A. Font Bernard y José E. Aybar.

Ese mismo día, en  la Sala de Sesiones del Palacio del Senado, la ley fue firmada por Arturo Logroño, en su calidad de presidente interino, los secretarios Dr. Lorenzo E. Brea y Doroteo Rodríguez y remitida al presidente de la República, Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, para su promulgación en ejercicio de la atribución que le confería el Artículo 37 de la Constitución del Estado.

   La concepción del vuelo y del  itinerario que llevaría a las aeronaves a recorrer los países latinoamericanos fue fruto de la celebración de la Quinta Conferencia Internacional Americana, una especie de las cumbres tan en boga hoy día,

escenario en el cual los países miembros aprobaron por unanimidad la resolución que recomendaba a los gobiernos de las naciones integrantes, repúblicas americanas, honrar la memoria de Cristóbal Colón con el levantamiento de un faro monumental, que debía ser erigido en Santo Domingo, mediante esfuerzos económicos comunes de los gobiernos del Continente Americano.

Esta es la motivación que mueve a la República Dominicana y a Cuba para unir esfuerzos y formar una escuadrilla aérea que realizara la riesgosa travesía. Era una misión de buena voluntad por los países americanos, que tenía como propósito llamar la atención de estos pueblos a fin de que participaran en el proyecto que daría vida a la Escuadrilla Panamericana.

Se Conforma la Escuadrilla

Provistos de todo este basamento legal abordaron sus naves respectivas en el aeropuerto dominicano Miraflores, el Mayor Piloto del Cuerpo de Aviación de la República Dominicana Frank Andrés Feliz Miranda,  y los tenientes de la Marina Constitucional Cubana Antonio Menéndez Peláez,  Feliciano Risech Amat y Alfredo Jiménez Alum. A estos ases de la aviación les acompañaron en el vuelo el Sargento Técnico de Aviación Ernesto Tejeda, dominicano, y los cubanos Roberto Medina, Manuel Naranjo y Pedro Castillo.       

     Los aviones que iban a ser utilizados en la travesía, integrantes de la llamada Escuadrilla Panamericana, son el Colón, una aeronave del tipo Curtis Wiright R-19 y los tres aviones del tipo Stinson, bautizados con los nombres de La Santa María,  piloteada por Antonio Menéndez Peláez; La Pinta, piloteada por Alfredo Jiménez Alum y La Niña, por Feliciano Risech Amat. Los nombres de los aviones  rememoraban los de las naves marítimas que utilizó Cristóbal Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo. A las 9:50 de la mañana del 12 de noviembre de 1937  aquellos hombres de gran pericia decolaron del campo de aviación Miraflores, en un vuelo inicial que les llevaría a San Juan, Puerto Rico.

Cristaliza la idea del Faro a Colón

   La idea del levantamiento del faro monumental es impulsada por una comisión permanente, integrada por miembros del concejo directivo de la Unión Panamericana, cuya finalidad es llevar a cabo los preparativos para que la idea fuera concretizada. Esta comisión llama a concurso para el diseño de lo que pasaría a llamarse “Faro a Colón”. A la convocatoria respondieron 455 experimentados y famosos arquitectos de la época, oriundos de 48 países.  El concurso se realizaría en varias rondas, hasta seleccionar el ganador y/o los ganadores. La segunda ronda se realizó en Río de Janeiro, Brasil, donde el jurado seleccionó un diseño presentado por el arquitecto inglés J. L. Gleave. La idea del monumento era que en él descansaran para siempre los restos del ilustre navegante descubridor de América

    Feliz Miranda, Ernesto Tejada, Menéndez Peláez, Risech Amat y Jiménez Alum  guían sus naves hasta Puerto Rico, aterrizando en San Juan a las 12:40, constituyendo una gran algarabía su llegada, pues el pueblo les tributa un recibimiento apoteósico, y las autoridades les reciben en un pomposo acto oficial que da brillo al esfuerzo realizado. Pasados dos días, a las 6:30 de la mañana del 14 de noviembre, la escuadrilla despega con rumbo a la ciudad de Caracas, realizando un vuelo de cuatro horas y media para llegar a las 11:20  de la mañana al aeropuerto La Guaira, en Maiquetía. El miércoles 17 viajan a la ciudad de Caracas, donde les ha sido preparada una recepción de parte de toda la oficialidad en la sede principal del Ejército Venezolano. De Venezuela salen a las 7:15 del día 17, desde aeropuerto de Maiquetía hacia Sport of Spain, Trinidad.                   

El día 18 de noviembre toca turno de recibirles al aeropuerto de Paramaribo, capital de la Guyana Holandesa, hacia donde salen a las 6:30, para tocar suelo a las 2:30 de la tarde, tras un viaje agotador, fruto de la larga exposición al recio sol tropical que les golpeó durante seis horas, a lo largo de las 650 millas recorridas. Allí reciben una calurosa acogida, por parte de los cónsules dominicano y cubano, y una ruidosa muchedumbre, desbordante de entusiasmo. El 19 de noviembre la escuadrilla sale para el aeropuerto de Belén Do Pará, pueblo de Brasil al que llegan al siguiente día,  tras volar 820 millas. A la 1:40 de la tarde del día 21 de noviembre salen para la ciudad de Fortaleza, en el inmenso Brasil, a donde arriban a las 4:30 de la tarde, atravesando una amplia zona selvática. Allí visitaron, además, Natal, Recife, Bahía y Río de Janeiro. Les esperaba todavía una ardua misión por Sudamérica. En efecto, la próxima meta a conquistar es  Montevideo, Uruguay, lugar donde se posaron el día 30 de noviembre, para permanecer varios días, planificando y retomando fuerzas para continuar el duro itinerario.

 

Diciembre.

La tragedia se acerca.

El hermoso y distante Uruguay brinda hospitalidad a los nueve hombres que se embelesan con su encanto, para partir, agradecidos, el día 3 de diciembre, fecha en que tocan suelo argentino. Llegan a las 10:35 de la mañana al aeródromo militar El Palomar, cercano a la ciudad de Buenos Aires. Una grata experiencia allí vivida fue la ofrenda floral en la tumba del prócer José de San Martín, en una ceremonia solemne, acompañados de autoridades locales. El 8 de diciembre los motores de los cuatro aviones dejaron sentir su ronroneo al partir hacia Santiago, Chile, donde aterrizaron al día siguiente. La próxima meta de la arriesgada travesía era La Paz, capital de Bolivia. El día 13 de diciembre alcanzan este punto. Los bolivianos les acogen calurosamente.

Surge una premonición.

Como si fuera un presagio de lo que habría de ocurrir días más tarde, el día 15 de diciembre, mientras se desplazaban sobre Perú, en vuelo hacia Lima, debido a la densa niebla que les circundaba, pierden de vista al avión La Niña, que piloteaba el teniente Feliciano Risech. Las dificultades creadas por el mal tiempo fuerzan un aterrizaje en Pisco de los aviones  Colón y La Pinta, cuyos pilotos desconocen la suerte de Risech, en tanto el Santa María, piloteado por Menéndez Peláez, continuaba vuelo a Lima, donde llegó a la 1:20 de la tarde de ese día. La desaparición de La Niña, seguida luego por la de la Santa María, ocasiona una desesperada búsqueda por parte los pilotos de los aviones Colón, Feliz Miranda, y de La Pinta, Jiménez Alum, quienes luego de agotar un gran patrón de búsqueda y, probablemente, con poco combustible suspenden el esfuerzo sin ningún resultado positivo, y continuaron un triste vuelo a Lima, capital peruana, arribando al aeropuerto Limatambo a las 10:55 de la mañana. Allí se encontraron en un abrazo con Menéndez Peláez, que había arribado primero. Había transcurrido más de día y medio cuando lograron tener contacto por radio con La Niña, cesando las angustias. Entonces se enteran que, afortunadamente, la pequeña aeronave había hecho un aterrizaje forzoso en el Valle de San Juan, escapando del mal tiempo.

Vuelven a unirse las cuatro aeronaves para reiniciar su misión, y así enfilan hacia Colombia, posándose en suelo de Bogotá el día 26 de diciembre, donde descansan tres días, realizan las revisiones técnicas de lugar y reabastecen combustible antes de emprender viaje rumbo a Panamá.

Llega la Tragedia

Con el mismo entusiasmo de siempre, en perfectas condiciones las máquinas, los pilotos elevan la nariz rumbo al istmo, tomando la ruta del río Cali arriba, de forma que el terreno se iba elevando y las altas montañas se crecían encajonando el río. A pocos minutos del despegue, según informes de la aerolínea Scadta los tres aviones cubanos que remontaban el río chocan uno con el otro en las cercanías de Cali, en El Valle, a distancia de unos 12 kilómetros, aparentemente al no poder elevarse y evitar las montañas, por el exceso de carga, y caen al suelo destrozados y envueltos en llamas.

 Los pilotos cubanos  Antonio Menéndez Peláez, Feliciano Risech Amat y Alfredo Jiménez Alum fallecieron instantáneamente, junto a los técnicos en aviación  Manuel Naranjo, Pedro Castillo, Roberto Medina y el periodista Ruy de Lugo Viña, quien hacía la crónica del viaje y, quien medio en serio medio en broma, había dicho al momento de partir “me veo morir envuelto en llamas”. Los tripulantes del avión Colón, que volaba detrás de la escuadrilla, a una considerable altura, no se enteraron de la tragedia. A las 2:30 de la tarde el avión del Mayor Piloto Frank A. Feliz Miranda se posa suavemente en tierra panameña, para de inmediato enterarse de la horrible tragedia que costó la vida a sus siete compañeros de travesía.  ¡Que terrible dolor debió experimentar este corajudo hombre!  Momentos de graves reflexiones le acompañarían hasta el día 25 de enero del año 1938, cuando experimentó la alegría de pisar suelo dominicano y encontrar el calor y sosiego que le brindaron sus familiares. No obstante la pesada carga de dolor el experimentado piloto fue recibido apoteósicamente, vestido de la gloria que le brindó su hazaña portentosa, luego de volar por el Continente Americano, en compañía de aquellos bravíos soldados pilotos a los que, también, la tragedia llenó de gloria.

Los datos biográficos y las fotografias son una cortesía de Archivo de RP de la Fuerza Aérea Dominicana.

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