La tregua de Navidad

<p>La tregua de Navidad</p>

CLAUDIO ACEVEDO
El sentido cristiano de la Navidad aconseja hacer una parada en el camino de los enconos para vivir la ilusión del renacimiento de nuestras vidas en el pesebre del “Niño-Dios” que nace todos los años en medio del bautismo del consumismo que nos promete la felicidad del comprar y el regocijo del tener.

Para esta época nos volvemos propensos a dejarnos contagiar por el espíritu de la temporada que nos arrastra a compartir y a olvidar, dejando atrás los sinsabores que nos acompañan todo el año.

Este anesteciamiento colectivo nos inmuniza transitoriamente contra los ataques de la tristeza y sólo deja espacios en nuestros ánimos a las esperanzas y el optimismo de que las cosas pueden ser diferentes en nuestras vidas. Aunque enero marque el eterno recomenzar de la misma cotidianidad de la que intentamos sacudirnos, demostrando ese Sisifo que vive en cada uno.

Pero lo cierto es que la Navidad es un tiempo refrescante para el cuerpo, el espíritu y los bolsillos, por el clima, el ambiente humano y el dinero extra que recibimos.

La Navidad es una época que con su halo divino nos brinda la oportunidad de desintoxicarnos por pocos días de la atmósfera envenenada de odios y trapisondas que crean los partidos en su lucha por distribuirse el favor popular como premisa para repartirse otras cosas más terrenales.

Los torpedos, los cohetes, los fuegos artificiales con su estela multicolores y sus explosiones sólo son una sustitución temporal de los estruendos que producen los escándalos políticos y las metrallas verbales de los partidos que se declaran en tregua.

¡Y cómo disfrutamos esta desmovilización temporal de las huestes políticas!

Pero esta vivencia es ilusoria porque los trajinares políticos continúan por otros medios a canastazos, juguetazos y fiestazos limpios. Nada de eso es gratuito. Se trata de dádiva por dádiva. “Yo te doy para que tú me dés.

Mi millonaria bondad debe ser reciprocada con tu voto”.

Se trata de una inversión con una calculada rentabilidad política basada en la relación costo-beneficio.

Cada quien utilizará la tregua como mejor le convenga. Hay quienes la usarán para reunir todos los ingredientes que necesitan para cocinar un semicrudo proyecto reeleccionista.

Hay otros que utilizarán la pausa para hacer de los procesos convencionales una historia predecible, sin sorpresas.

En estos tiempos pascueros, las batallas políticas se convierten en guerras de baja intensidad, se hacen más subterráneas. La tregua es sólo apariencia. Porque los cajetazos vienen envueltos en cajas de regalos.

Se inició ya el periplo presidencial por todos los pueblos en acción repartidora de cajas, sobres y juguetes.

En esta intensa actividad paternalista le acompañarán los partidos opositores, quienes tampoco desperdiciarán la oportunidad de demostrar “lo bueno que son” dentro de un recorrido que aceita todo el aparato clientelar.

Todos incluirán en sus “regalos” golosinas y dulces navideños como mísera compensación a las amarguras colectivas en que ellos han convertido el existir de los ciudadanos.

Tras este aparente alto en el camino que lleva a la consensuada tregua de Navidad, crepita la preparación de la ofensiva de enero, donde calcularán quién sacó mejor provecho de la tregua.

Así, después de las poses circunstanciales de diciembre y principio de año, la prédica de amor, paz y de cambios de rencores por amores, será reemplazada por los ataques urticantes de los candidatos en disputa. Entonces, diciembre será como un sueño desde donde despertaremos a las sucias realidades de la política, con la atosigante presencia mediática de rostros duros y acusadores.

Lo bueno de esta “tregua navideña” es la pausa que se hace en un ambiente crispado por los conflictos y enfrentamientos políticos; son los aires de tranquilidad que respiramos y la comprobación por toda la sociedad de que somos capaces de vivir sin ellos.

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