La trágica aventura de la reelección presidencial

<p>La trágica aventura de la reelección presidencial</p>

TIRSO MEJÍA-RICART
Este titular es, tomado prestado del título de un libro del conocido publicista norteamericano Robert Crasweller, en el que describió con gran dramatismo los últimos meses de la tiranía trujillista (“Trujillo, la Trágica Aventura del Poder Personal”). El mismo sirve para ilustrar el papel que ha jugado en nuestro país la irrefrenable vocación continuista que desarrollan muchos de nuestros gobernantes, y que los lleva a los peores excesos y abusos de poder para lograr su permanencia.

Por eso uno de los grandes escollos que han enfrentado la sociedad dominicana en su lucha por organizarse como una nación democrática, es que se deriva de la hegemonía de quienes ejercen la Presidencia de la República, y por ende el poder militar, en perjuicio de las otras instancias del poder público y de los derechos que corresponden a los ciudadanos en general.

Es ya larga la lista de mandones y políticos de turno, cuyas aventuras por eternizarse en el poder han provocado tragedias y desventuras sin cuenta al pueblo dominicano. Solo destacaré los actores más relevantes en este breve recuento histórico del releccionismo dominicano: Santana, Báez, Heureaux, Cáceres, Vásquez, Trujillo y Balaguer.

Pedro Santana hatero, principal caudillo de la Guerra de Separación de Haití y primer Presidente de la República Dominicana, fusiló a los próceres Francisco del Rosario y María Trinidad Sánchez, a los hermanos Puello, a Duvergé, y muchos otros, “a verdad sabida y buena fe guardada”. Terminó entregando el país a España para darle continuidad a su régimen e influencia, lo que generó con la Guerra de la Restauración de la República, no sin antes producirse su destitución y muerte.

Buenaventura Báez, maderero y más intelectualizado, hábil y corrompido que el anterior, sembró de represión y crímenes el país, para terminar pretendiendo anexarlo a los Estados Unidos de América, que solo la resistencia armada de Luperón y otros patriotas, así como la oposición del Partido Demócrata norteamericano contra el Presidente Grant encabezada por el senador Charles Sommer pudieron impedir.

Ulises Heureaux, de extracción muy humilde, restaurador, mano derecha de Luperón en el partido Azul, a quién aparentó seguir hasta que desde el poder se lanzó a fondo a la política reeleccionista, apoyado en empréstitos onerosos, un ejército pequeño pero efectivo, la corrupción y los crímenes, que culminó en una inflación galopante, la oferta a los Estados Unidos de una suerte de protectorado para supuestamente evitar la amenaza de España al país, para terminar siendo víctima de un tiranicidio.

Ramón Cáceres, fue dueño de recuas y uno de los ajusticiadores de Heureaux, lugarteniente de Horacio Vásquez y luego Presidente de la República. Después de reducir el poder de los caudillos regionales con “la guardia de Mon” y el apoyo norteamericano, al costo de la Convención Dominico-Americana que enajenó la soberanía nacional, aunque organizó una administración eficiente y honesta y respetaba a la oposición pacífica. Restableció la elección presidencial indirecta, a través del Congreso, amplió a 6 años el período de gobierno y ya se hacían aprestos para su reelección para 1914 cuando cayó víctima de un atentado antes de cumplir el sextenio de gobierno.

Horacio Vásquez, agricultor, fue también actor y víctima a la vez de la obsesión reeleccionista. Caudillo liberal que había combatido el reeleccionismo de Heureaux y de su primo Cáceres, ya en el poder cayó primero en propiciar la prolongación de su mandato de 4 a 6 años bajo rasterfugios jurídicos y preparó el tinglado constitucional y político para restablecer la reelección, lo que preparó las condiciones para el advenimiento de la tiranía trujillista.

Rafael Trujillo, militar que se formó al servicio de la guardia que organizó el ejército de ocupación norteamericana, constituyó el punto más alto en la centralización administrativa, el crimen político y el control personal de vidas ya haciendas de los dominicanos, incluyendo el control absoluto de todos los cargos públicos, electivos o no, para él y sus adláteres, a niveles hoy en día increíbles, hasta terminar el charco de sangre del 30 de mayo del 1961.

Joaquín Balaguer, abogado, heredero político de Trujillo y de la intervención norteamericana del 1965, reprimió duramente a la oposición, pero permitió la libertad de expresión escrita, fue cambiando el crimen político por la corrupción sistemática como medio de control político, lo que apoyado con el fraude electoral permitió sucesivas reelecciones, sobretodo durante su última etapa de diez años (1986-1996).

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