La trilogía bíblica: Nueva literatura dominicana de los sesenta

La trilogía bíblica: Nueva literatura dominicana de los sesenta

Voy a plantear una tesis arriesgada: creo que la génesis de estas tres novelas es la de encontrar un tema universal. Y ellas en sí mismas—elemento del que gozan los textos referidos de Juan Bosch— logran poner la narrativa dominicana en el plano de lo universal, sacándola de los socorridos temas nacionales, tan normados por la política y la sociedad. Aunque política y sociedad estuvieran, pero a través de aspectos muy puntuales como la lucha entre revolución y poder.
La Biblia, como bien ha dicho P. Ricoeur, es un código mayor de nuestra cultura. Es el libro en el que se manifiesta de manera más clara toda una tradición letrada. Dicho con otras palabras, el Dios de Israel tiene una centralización en la escritura; Moisés recibe los mandamientos por escrito. Jesús habla en parábolas, para aliviar el entendimiento y en el principio era el verbo y el verbo era Dios… Hay innumerables ejemplos para destacar la importancia de lo hablado, de lo poético y lo escrito por el cristianismo.
La idea de código bíblico es también la metáfora de un mensaje en clave, que hay que descifrar para comprender la palabra divina. De ahí que la hermenéutica busque explicitar los mensajes de los textos y que Schleiermacher y Dilthey se encuentren en la historia de esta otra manera de acceder a la verdad.
La Biblia, al ser el primer libro impreso en la máquina de tipos móviles construida por Gutenberg, y ser el libro de la Reforma Protestante, se convierte en el texto más difundido de la modernidad. Es ella la que marca el inicio de la modernidad de los impresos y posibilita la abundancia de textos, la lucha por el canon y todo lo que de ahí se deriva. Los escritores que toman la Biblia como código mayor de nuestra civilización material y espiritual, le dan a este texto el sentido de ‘hipotexto’. Como lo designa G. Genette, un texto A del que se desprende un ‘hipertexto’, es decir, un texto B.
Podríamos agregar aquí que esta trilogía es parte de una escritura bíblica que se afianzó en los años cincuenta, por lo que existe otra referencia a un conjunto de textos que serían parte de la hipertextualidad de la literatura universal. Los contextos han cambiado y la mímesis es recreada desde un mundo del autor nuevo para un lector distinto al que se dirige el texto original. Lo que más me llamó la atención en el proceso de lectura (tiempo de la lectura) de estas obras fue la adaptación de un tema universal y su recreación por un autor dominicano.
De ahí que al poner las obras bíblicas dentro de la ‘literatura trujillista’ la lectura sería sesgadamente política. Pero lo que nos interesó, en primer, lugar es el acto de la refiguración y configuración de temas bíblicos. Para los lectores de esos temas en su hipotexto es fascinante el conocimiento que tenían los autores sobre los temas que trabajaron. Además de las escenas que reconfiguraron para hacer creíble una nueva narración, propusieron otra manera de entender o comprender a los personajes de los hechos bíblicos.
En “El buen ladrón” (1960), Marcio Veloz Maggiolo recrea el tiempo humano de Cristo. Importante, en sí, por lo que en su último momento se cumple su calvario, pero también porque es el tiempo en que el hijo de Dios termina de parecerse a nosotros, porque el tiempo que vive es el humano y comienza con la ascensión a vivir el tiempo divino. Esa dualidad de Jesús hombre y Jesús Dios que tanta tinta derramada ha provocado en el mundo de la teología. Contexto intelectual del que se aprovecha la novela para impulsar un interés en el lector de ficciones.
En ese joven Veloz Maggiolo se nota ya una cierta maestría del narrar. Un conocimiento del paradigma de la novela y un sabio intento de cambiarlo. La narración tan detallada, la forma entre el diálogo y la descripción, el lenguaje preciso, correcto, la construcción de un mundo que va remitiendo al hipotexto y a la vez construyendo un texto nuevo, interesante, se encuentra con una ‘vuelta a la tuerca’, ese procedimiento que Henry James había usado a fines de siglo XIX, un cambio sorprendente al final de la narración.
En “Magdalena” (1963) de Carlos Esteban Deive, la mujer intrigante de esta saga bíblica, la descripción y el lenguaje hacen que el lector pueda amar esta obra. Es una obra casi poemática. Como en prosa de altura creativa, “Magdalena” es el mejor logro de nuestra narrativa. Es un texto para amar. He leído muchas páginas, me llegan a la mente muchos fragmentos que ahora no puedo citar, por lo que entiendo que, como novela, “Magdalena” es superior a “La mujer de agua” de Lacay Polanco. Y esto porque en esta obra el poema es narrado, en “Magdalena” la narración es poética.

Mientras que la novela “El testimonio” (1961), de Ramón Emilio Reyes, no deja de estar a la altura de las anteriores. En Reyes hay un conocimiento del texto bíblico, del ‘hipotexto, una recreación del ambiente; de la duda, la pobreza de los personajes. También los temas fundamentales de la Biblia, la sanación que se espera de Jesús, aparece por encima del tema de la salvación del alma como salvación del cuerpo. Como en la obra de Veloz Maggiolo, Jesús aparece como el revolucionario condenado por cuestionar el poder, a los sabios, a las leyes… en fin, un verdadero problema para el sistema imperial y para los ‘intelectuales orgánicos’.

Reyes es más teólogo, más adentrado en el problema del debate sobre lo humano y la divinidad. Su Pedro es el Pedro que no cree, que no comprende, que duda y que niega haber conocido a Jesús. Mientras que la obra recrea de manera extraordinaria el problema de la pobreza, el hambre, el sufrimiento de la carne, la relación cuerpo-alma. Además, la comunidad de pescadores de Galilea está poéticamente descrita como lo hace Veloz Maggiolo, con un deseo de estilo que pocas veces se nota en nuestros jóvenes escritores.

En síntesis, la entrada de los autores dominicanos en los temas bíblicos le da a nuestra literatura una apertura a los temas universales. Muestra una hiperliteratura que conecta nuestro contexto con preocupaciones que ya afloraban en los narradores del cincuenta, como la relación entre pobreza y poder, entre el alma y el espíritu, entre lo humano y lo divino. Pero no deja de trabajar el código de la cultura como una manera de recrear los relatos y los discursos de una identidad narrativa, vista desde la ruptura de los paradigmas.

Por lo arriba señalado, la trilogía de relatos bíblicos de Deive, Veloz Maggiolo y Reyes constituyen lecturas obligadas para todo aquel que quiera encontrar la nueva narrativa dominicana que arrancó en los años setenta. Por sus logros es hoy, este corpus estudiado, una muestra representativa de la mejor escritura que hemos realizado en los últimos cincuenta años.

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