La tumba de Jesús

<p>La tumba de Jesús</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
San Marcos, el primero de los que escribe de la vida de Jesús hacia el año 70, describe una tumba diferente al ataúd que se ha descubierto por estos días. La de Marcos es una tumba excavada en la piedra, es decir, horadada en suelo rocoso. Lo único mudable de aquella tumba, conforme este relato, es aquello que sirviera para cerrarla. De la lectura de la parte final del capítulo 15 de ese Evangelio se deduce que una piedra fue utilizada para sellar esa sepultura.

Pero, ¿quién mejor que san Mateo? Contado entre los discípulos como el publicano, habla también de la tumba de Jesús. La descripción que hace de ella coincide con el relato de Marcos. José de Arimatea, identificado por éste como miembro noble del concilio, por aquél como un hombre rico, pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos requiere la confirmación de su muerte, y cumplido este mandato, ordenó la entrega. Mateo señala que José de Arimatea dispuso que el cuerpo se enterrara en un sepulcro labrado en la peña. Coincide también con san Mateo respecto del cierre dado a esa tumba, y en adición a lo escrito por Marcos, señala que la piedra era pesada.

El relato de san Juan difiere un poco de los anteriores. Y era, al igual que san Mateo, testigo de excepción, pues se contó entre los amigos y discípulos que estuvieron al pie de la cruz. Dice san Juan que la tumba escogida se hallaba cerca del gólgota. Se decidió ese enterramiento allí, precisamente por la cercanía. Escribió que, además, fue seleccionada porque la tumba era nueva.

Este evangelista ofrece varios datos interesantes. La tumba estuvo protegida por una piedra que María Magdalena encontró removida el primer día de la semana. Vino hasta san Pedro y hasta el relator, para informarles de la novedad. Corrieron hacia el lugar del enterramiento, comprobando lo dicho. Observaron, y san Juan lo describe, que sudario y mortaja se encontraban en el sitio. El primero lucía colocado con cierto cuidado, y las sábanas revueltas. No hablan de sarcófago pétreo.

El más acucioso y prolijo hagiógrafo de esos días, Lucas, coincide con todos los relatos anteriores. La tumba no fue utilizada anteriormente, y correspondió a José de Arimatea la tal vez peligrosa, pero piadosa tarea de reclamar el cuerpo de Jesús. Para cerrarla se utilizó una pesada piedra, que se encontró removida el primer día de la semana, cuando las mujeres fueron a visitar el lugar.

El escándalo suscitado al desaparecer el cuerpo de Jesús, conforme san Lucas, movilizó a buena parte de los amigos y discípulos. Pedro corrió al sepulcro y halló en éste la mortaja que fuere utilizada por José de Arimatea y las mujeres para envolver el cuerpo sin vida. Pero el lugar estaba vacío.

¿De dónde pues, sale el novedoso sarcófago de piedra, cuyo uso contrariaba costumbres de una larga época? Porque únicamente se destinaba este privilegios a grandes hombres, y Jesús no estaba en la lista de los nobles de Judea, Samaria o Galilea. El hijo del carpintero, le llamaron muchos en forma despectiva. El juicio que se le sigue no reveló distinciones sociales, económicas o políticas. De contar con esas consideraciones, sin duda habría sido absuelto de los cargos de sedición y rebeldía que le enrostraron sus acusadores.

¿Cómo dotar su cuerpo exánime del magnífico sarcófago que se ha encontrado? ¿Cómo pudo encontrarse fortuitamente aquello que los partidarios de Jesús, los creyentes cristianos, hubiésemos querido tener entre manos durante dos mil años? Pero sobre todo, ¿por qué estos testigos de la época no mencionan que el cuerpo fuera colocado en este cajón? ¡Maravilla de prestigitadores, que recurren a cuanto les sea dable con tal de hacerse notorios!

Tal vez convenga que lean los antiguos textos, para que comprendan que ese cajón tan maravillosamente preservado no fue utilizado por José de Arimatea. No porque no quisiera, pues se mostró discípulo dispuesto a arriesgarse al pedir el cuerpo para darle piadosa sepultura, sino porque no era costumbre de la época enterrar a los insignificantes en tan elaborados ataúdes. Y Jesús no era prominente entre los suyos. No fue profeta en su tierra, porque estaba llamado a ser profeta de la Tierra.

Profeta de Dios, el gran Creador. Profeta del amor, del entendimiento y la comprensión para los seres humanos.

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