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La década de los años sesenta del pasado siglo 20 fue testigo de un gran debate sobre la educación superior cuyo momento más dramático fue el periodo de transición vivido por la Universidad Autónoma de Santo Domingo entre 1962-1965 matizado por una fuerte politización tanto del profesorado como del estudiantado. En el curso de esos años, los intentos de reforma universitaria estuvieron a la orden del día. Repercutieron en la introducción de los estudios generales como algo propio de la Universidad, en la departamentalización de la docencia, en el cultivo de las disciplinas básicas, y una mayor flexibilidad académica mediante el establecimiento del sistema de créditos. Fue en ese estado de agitación política que el presidente Joaquín Balaguer promulgó la Ley 5778 Sobre Autonomía y Fuero Universitario. En dicho Edicto, se definía la Universidad Primada de América como una comunidad de profesores y estudiantes con poderes para dictar sus propias leyes y reglamentos. Atendiendo al contenido de la Ley a la cual nos referimos, fue creado un Consejo Universitario Provisional presidido por el doctor Julio César Castaños Espaillat. Y una Comisión Ad-Hoc compuesta por tres profesores y dos estudiantes, los cuales, junto al rector, dos vicerrectores y un secretario general, asumieron la difícil tarea de administrar una institución de educación superior en condiciones como las descriptas. Contrario a ello, las facultades continuaron siendo dirigidas por las asambleas de las mismas y por los decanos recién electos. Fueron elaborados nuevos reglamentos y unos estatutos que no concedía la representación estudiantil requerida para emprender la reforma universitaria que demandaba el momento político en que se vivía entonces. Y lo que fue peor: los antiguos catedráticos nombrados por Trujillo, fieles servidores de su régimen, se encontraban en mayoría en casi todos los órganos de gobiernos universitarios. Y, en consecuencia, continuaron gobernándola como antes lo hacían. Así fue como los grupos trujillistas, actuando con extraordinaria habilidad, lograron permanecer en la dirección universitaria después de desaparecida la dictadura. Vaya usted a saber amigo lector: ¡Una universidad trujillista sin Trujillo! Refiriéndose a ese hecho, en la página 283 de su libro “Historia de la UASD y de los Estudios Superiores” publicado por la Editora Universitaria, el historiador Franklin Franco expresa lo siguiente: “Esta última situación creó un sentimiento de frustración en el ambiente universitario, hasta el punto de que muchos favorecidos con su permanencia hablaban de la “conveniencia necesaria” del mantenimiento de los catedráticos trujillistas en la universidad. Explicaban para justificar lo insólito, que sólo su grupo poseía los conocimientos científicos y administrativos necesarios para el mantenimiento de la academia” A decir de autores como Tirso Mejía Ricart, Franklin Franco, Hugo Tolentino Dipp, Rafael Kasse Acta, Jacobo Moquete y otros, durante esos años “nada se hizo para cambiar las arcaicas estructuras académicas y administrativas vigentes”. La incapacidad administrativa, sumada a la lucha de los grupos estudiantiles entre sí y en contra de los clanes que controlaban las facultades, generaba crisis que no parecían tener otra salida que el cierre de la más Vieja Casa de Estudios del continente americano.