La UASD del siglo 19

La UASD del siglo 19

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Las universidades fundadas en América por los conquistadores ibéricos en la primera mitad del siglo 16 jugaron un papel de primer orden en la evolución y posterior desarrollo de las sociedades latinoamericanas. Orientadas en una primera etapa a la formación del personal requerido por la burocracia colonial, civil y eclesiástica, esas altas casas de estudios contribuyeron luego a la sustitución de las autoridades españolas por los representantes de las oligarquías republicanas y posteriormente apoyaron el ascenso político de las clases medias a través del movimiento reformista iniciado en 1918 en la Argentina, no en Buenos Aires, como era de esperarse, sino en Córdoba, una empobrecida ciudad adormecida por un pesado sopor hispánico y clerical.
Dos siglos después de haber sido fundadas la Universidad de Santo Domingo, la de México y la de San Marcos de Lima, los Estados europeos procedieron a implementar un proceso de Reforma que dio al traste con la unidad conceptual de las universidades medievales. Esto trajo como consecuencia la pérdida del carácter ecuménico de esas instituciones ligado a la idea de la cristiandad. Todas fueron puestas al servicio de los Estados surgidos de las ruinas del mundo feudal. Por efecto de la Reforma, las universidades europeas se volvieron católicas, luteranas, anglicanas, etcétera. A decir del investigador Carlos Tünnerman “Todos estos factores negativos hicieron que las Universidades permanecieran al margen del gran movimiento científico y filosófico que anuncia el mundo moderno, y es al margen de ellas donde encontraremos a los grandes creadores”. La filosofía moderna se desarrolló fuera de las universidades. Ni Descartes ni Leibniz fueron catedráticos. Emanuel Kant fue el primer gran filósofo moderno en serlo al ocupar una cátedra en una universidad (la de Konigsberg, Prusia) pero, sus seguidores estimaron “que su condición de catedrático le trajo más bien problemas y ninguna ayuda para sus investigaciones”. Entre los siglos 17 y 18, las universidades europeas vivieron de espaldas al progreso cultural y científico del viejo continente. La Revolución Francesa hubo de suprimir todas sus universidades “por considerarlas instituciones anacrónicas y refugio de privilegios inaceptables”. Enciclopedistas se empeñaron en denunciarlas como residuos medievales y rémoras de la ciencia.
Napoleón reorganizó la universidad como un monopolio y una dependencia del Estado. De su mente emanó algo muy distinto a lo que tradicionalmente se había entendido como universidad.
El modelo napoleónico de universidad fue el escogido por los gobernantes de las nuevas repúblicas que surgieron a raíz de los movimientos de independencias que se registraron en América a principios del siglo 19. Ese modelo de universidad no brotó de las entrañas mismas de la realidad americana ni se constituyó en remedio para sus males. ¿Resultados? La desarticulación de la enseñanza y la sustitución de las antiguas universidades coloniales por una suma de escuelas profesionales, así como el traspaso de las labores de investigación científicas de las mismas a las academias y a los institutos técnicos.
Las Universidades hispanoamericanas por más de un siglo estuvieron sometidas a la tutela y guía del Estado, a cuyo servicio debieron consagrar sus esfuerzos mediante la preparación requerida por la administración pública. Su misión no fue más allá de proveer adiestramiento cultural y profesional a los pocos que sus condiciones económicas y sociales les permitían el tener acceso a ellas. Durante los siglos coloniales y a lo largo de todo el siglo 19, las universidades latinoamericanas no hicieron más que responder a los intereses de las clases dominantes, dueñas del poder político y económico. Como veremos en la próxima entrega, nuestra universidad, la Pontificia, Real y Autónoma de Santo Domingo vivió, aunque en tiempos y circunstancias distintas, todos esos momentos de gloria y de tragedia.

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