La Real y Pontificia Universidad de Santo Domingo, Primada de América, experimentó, en los inicios de la década de los años cuarenta del siglo 20, una serie de transformaciones en su infraestructura y en su oferta curricular gracias al trabajo paciente de uno de sus rectores de entonces, el doctor Julio Ortega Frier. Las iniciativas de ese prestante intelectual, unidas a las de otros estudiosos de la época, posibilitaron que la Universidad de Santo Domingo celebrara pomposamente el Cuarto Centenario de su fundación; que se reorganizara su Facultad de Filosofía; que se fundaran varios institutos de investigaciones científicas; y lo más importante, que Trujillo consintiera que se diera paso a la construcción de una moderna Ciudad Universitaria.
Pero, a pesar de todas esas aportaciones y de los esfuerzos realizados, la Universidad Primada se quedó empantanada en el Siglo 19, hasta años después del ajusticiamiento de Trujillo. ¿Qué impidió por años que la Universidad de Santo Domingo no marchara a tono con las demás casas de altos estudios de la América española? La causa de que así fuera no puede ser comprendida en su verdadera naturaleza y complejidad sin un análisis de lo que significó la Reforma Universitaria de Córdoba para las universidades hispanoamericanas porque ella representaba, y aún representa, “la principal fuerza renovadora de nuestras universidades que buscan sus transformación por la vía de la originalidad latinoamericana que inauguró”. La Reforma Universitaria de Córdoba fue, y todavía lo es, de especial significación para la América española, al constituirse en el primer cuestionamiento serio de sus universidades tradicionales y al señalar el momento de su entrada a la modernidad.
La Reforma Universitaria de Córdoba fue el primer cotejo importante entre una sociedad como la hispanoamericana de comienzo del siglo 20 que comenzaba a experimentar cambios en su composición interna llevando a cuesta universidades enquistadas en esquemas obsoletos.
A continuación citamos algunos de los principales postulados del Movimiento Universitario de Córdoba: Autonomía universitaria, en sus aspectos políticos, docente, administrativo y financiero; elección de los cuerpos directivos y de las autoridades por la propia comunidad universitaria; participación de estudiantes y profesores en la composición de sus organismos de gobierno; concursos de oposición para la selección del profesorado y periodicidad de las cátedras; libertad de cátedra; asistencia social a los estudiantes; extensión universitaria; fortalecimiento de la función social de la universidad; unidad de lucha contra las dictaduras y el imperialismo.
Esos postulados no podían tener vigencia al amparo de un régimen como el de Trujillo, a pesar del respeto que merecía la Universidad de Santo Domingo por sus rancios títulos y por su gloriosa ejecutoria y, sobre todo, por haber sido la primera de las 32 universidades fundadas por los españoles en el Nuevo Mundo cuando aún no se había terminado la conquista y a pocas décadas del Descubrimiento.
¿Era que intelectuales de la talla de un Manuel Arturo Peña Batle, Julio Ortega Frier, Federico Henríquez y Carbajal, Arturo Despradel Brache, Joaquín Balaguer en realidad se consideraban orgullosos de servirle al Gobierno de Trujillo? ¿O era que pensaban que era mejor aguantar en espera de tiempos mejores y no dar motivo para que el sátrapa dictase una orden drástica respecto a ellos y a la universidad?
Afortunadamente, a Trujillo, más temprano que tarde, le llegó su hora. Uno de los intelectuales más arriba citados rezongaba ante el féretro del sátrapa: “He aquí, señores, tronchado por el soplo de una ráfaga aleve, el roble poderoso que durante más de treinta años desafió los rayos y salió vencedor de todas. El hecho horrendo consterna nuestro ánimo y estremece con fragoroso estrépito de catástrofe el alma nacional”. Así quedaba libre de obstáculo el tránsito de la Universidad Primada del siglo 19 al siglo 20.