La ubicuidad de los riesgos

La ubicuidad de los riesgos

La suposición de que acudir a algún grado de docencia, bajo las precauciones más usuales de distanciamientos, mascarillas y lavado de manos, aumenta considerablemente la posibilidad de contagiarse con el virus SARS-CoV-2 parte de otra presunción indemostrable: que alumnos, padres y profesores están en su vida ordinaria mejor protegidos de la enfermedad que vinculándose a las clases.

Es como creer que han permanecido apartados de aglomeraciones. Que había cesado por completo la vida en sociedad, a veces con cercanías muy propiciatorias en sitios de comercio y de otras interacciones de esparcimiento, que nadie iba o fue llevado antes a centros de salud congestionados, que los menores de edad han faltado rigurosamente de los espacios vacacionales muy concurridos, o que tienen más de un año sin congregarse con amiguitos de sus edades.

Para cada colocación sin riesgos en proximidad al prójimo solo han valido las protecciones que personalmente puede asumir cada adulto para sí mismo y los suyos, y en cualquier recinto escolar habría razonable control sanitario si es manejado responsablemente por profesores que desde antes de acudir a los proyectados reencuentros con sus alumnos mostraban mucha conciencia de los peligros.

Hasta ahora la única firme prohibición a la presencialidad que existió afectaba a la educación. Apretujarse para otros fines siempre ocurría.

Tratamiento despiadado

Para arruinar tan severamente los ríos dominicanos, como ha ocurrido, ha tenido que producirse una agresión persistente, irracional, de mucha gente, de pejes grandes y pequeños.

De depredadores lanzando flujos de desechos industriales al por mayor y detalle; y habitantes de riberas en cuyo esquema mental está la abominable falsedad de que las corrientes fluviales para eso es que sirven: para arrojarles basura o despojarles de sus lechos y orillas con extracción de materiales.

Un crimen ambiental de extensión nacional y si todos los criminales fueran ahora a darse unísonos golpes de pecho en arrepentimiento, los bum bum se escucharían en el cielo. Cambiar la cultura de tratar a los ríos como alcantarillas sin rejas no ha sido hasta ahora un rotundo empeño de autoridades y puede que sea tarde.

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