La última cena más glamorosa

La última cena más glamorosa

EFE. La última cena más glamourosa de la historia se sirvió a bordo del Titanic. En su único comedor a la carta, un grupo exclusivo de comensales degustó un menú diseñado por el gurú gastronómico de la época, el francés Augusto Escoffier.

El Titanic se construyó para deslumbrar en todos los sentidos y no se escatimó en lujos. La comida no fue una excepción y no sólo para los pasajeros de primera. Los supervivientes de tercera que comparecieron ante el Senado estadounidense tras la tragedia destacaron que “nunca habían comido mejor ni tanto”, recuerda a Efe Jesús Ferreiro, presidente de la Fundación Titanic.

Para atender las necesidades alimenticias de pasajeros y tripulación se embarcaron 40 bueyes, 130 cerdos, 150 pavos, 35,000 huevos, cinco toneladas de verduras, 12,000 botellas de agua mineral, 15,000 cervezas, 2,000 botellas de vino y otras tantas de champán, entre otros alimentos y bebidas.

Las navieras debían luchar por atraer pasajeros a principios del siglo XX con los servicios “más modernos y selectos” de la época, y uno de los más innovadores, según se indica en el libro “Los diez del Titanic”, publicado por Lid, fue los restaurantes a la carta.  El comedor privado Le Parisien, de la más suntuosa embarcación del mundo, era “el paradigma del lujo” y se conocía como el Ritz.

La White Star Line encargó los menús al Ferran Adrià de la época, el francés Augusto Escoffier, considerado el padre de la “nouvelle cuisine”; se otorgó la concesión del comedor a la carta al reputado restaurador londinense Luigi Gatti, quien se acompañó de un equipo de chefs franceses, y se compraron cuberterías de plata, vajillas de porcelana, delicadas cristalerías y manteles de hilo.

“Durante su efímera existencia fue uno de los mejores restaurantes del mundo”, con unas 70 personas al servicio de clientes ricos y exigentes, señalan Javier Reyero, Cristina Mosquera y Nacho Montero en esta obra de investigación sobre el buque.  El comedor a la carta cambiaba a diario su oferta, era caro y de una decoración recargada con paneles de nogal francés con molduras doradas y columnas de bronce talladas. Sus 49 mesas permitían dar servicio a 137 comensales, que disfrutaban de las melodías interpretadas por una orquesta. Incluso se servía comida kosher para los judíos observantes.

Tampoco se descuidó el comedor de primera clase, capaz de albergar a más de 500 comensales en sus 115 mesas. Decorado al estilo jacobino, los menús estaban incluidos en el precio de los pasajes. Allí se convocaba a la cena con un clarín y los acordes de “The Roast Beef of Old England” (La carne asada de la vieja Inglaterra), con los que los pasajeros lujosamente ataviados disfrutaban de un “apetitoso y abundante menú” con un “exquisito servicio de mesa”, recuerdan los autores del libro.

El de segunda clase tenía un aforo para 394 personas y allí se usó una vajilla de loza blanca con estampado en azul cobalto, buena parte de la cual se recuperó del pecio del Titanic. Uno de los menús allí servidos se componía de consomé tapioca, pescado al horno con salsa picante, pollo al curry, cordero lechal con jugo de menta y pato asado con arándanos, con guarniciones diversas como arroz, guisantes, puré de nabos y patatas cocidas y asadas. Como dulce de cierre ofrecían pudín, gelatina de vino, helados, fruta fresca y una gran variedad de frutos secos y café.

Para el pasaje, que daba cabida tanto a ricas familias como a emigrantes que buscaban “hacer las Américas” y que “fueron los que más disfrutaron del barco y sus comodidades”, subraya Ferreiro, también se dispusieron espacios como el Café Verandah, y salones de fumadores y de lectura en los que damas y caballeros, por separado, concluían las veladas.  Pero sin duda la cena más famosa fue la última que se sirvió en Le Parisien, en honor del capitán Smith, ofrecida por el magnate de los tranvías de Filadelfia George Widener y con un grupo de los viajeros estadounidenses más influyentes como invitados. Su menú se ha ofrecido posteriormente en contadas ocasiones y en tierra firme, y de él podrá disfrutar un grupo de seguidores “titánicos”, fascinado por la apasionante historia del barco, en el centenario de su hundimiento. Organizada en Barcelona por la Fundación que preside Ferreiro y con un precio de 153 euros (199,9  dólares) por cubierto, recreará la última cena más glamourosa de la historia, un tanto calórica para los actuales hábitos alimenticios.

Zoom

El menú original estaba escrito en francés sobre un papel que imita al pergamino y demuestra que la noche del 14 de abril de 1912, horas antes de que un iceberg hiriera de muerte al Titanic, se sirvieron en el lujoso cenador privado ostras, consomé Olga, salmón al vapor con salsa muselina, filete mignon Lilly, salteado de pollo a la lionesa, pierna de cordero en jugo de menta, pato asado con compota de manzana, pichón asado sobre cama de berros, espárragos en vinagreta y foie gras.

Como postres ofrecieron tarta Waldorf, melocotones en gelatina con licor de Chartreuse y bizcochitos al chocolate y la vainilla con helado. Todo ello regado con el vino tinto Château Preuillac y champaña Henri Abelé, que también se podrán beber en la centenaria cena.

“Todos los comensales eran mimados y todos sus deseos y caprichos eran atendidos al instante”, garantizaba la compañía. Aunque el de salvar la vida sólo se cumplió para 704 de las 2,222 personas que se embarcaron en el Titanic.

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