Embargado por la emoción, el chef argentino Mauro Colagreco (La Plata, 1976) fue nombrado hoy en París como embajador de la Unesco en favor de la biodiversidad por el trabajo en defensa del medio ambiente que hace a través de sus premiados restaurantes.
Después de la tanguista Susana Rinaldi en 1992, se trata del segundo argentino que logra este título honorífico, que comenzó a otorgarse en 1988 y que ha recaído en 99 personalidades de diferentes países.
Conocido por usar en sus platos solo ingredientes de la estación y procedentes de pequeñas explotaciones respetuosas con el medio ambiente, Colagreco consideró que la relación con la tierra va en el camino equivocado y aseguró que es posible alimentar a los 8.000 millones de habitantes del planeta a través de métodos sostenibles.
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“Tenemos que revisar nuestro métodos de producción, nuestra manera de consumir, son grandes desafíos. No hay planeta B y tenemos que aprender al restablecer el vínculo con la naturaleza. Comer sin comernos al mundo”, declaró a EFE el chef.
Colagreco se hizo a sí mismo. Aterrizó en Francia con 23 años, sin acceso a crédito y con 10.000 euros en caja. Hoy gestiona catorce restaurantes en Europa, Estados Unidos, Sudamérica y Asia.
“La clave fue la energía que uno tiene a los 20 años y las ganas de querer encontrar su camino y ese amor por la cocina y la alimentación”, añadió.
Colagreco labró su fama mundial gracias al Mirazur, en la localidad francesa de Menton (sureste), que en 2019 obtuvo su tercera estrella Michelin. Y a comienzos de año logró otra en el restaurante el Ceto, en solo cinco meses de apertura y situado en Roquebrune-Cap-Martin, muy cerca del Mirazur.
El cocinero argentino, quien llegó a derramar lágrimas de emoción durante la ceremonia, recibió el documento que le acredita con el título honorífico de embajador de buena voluntad de manos de la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay. “Nunca habíamos nombrado a un chef, es algo que nos faltaba y que tú vienes a suplir. La gastronomía es importante, porque puede encarnar una transmisión cultural, un patrimonio que pasa de una generación a otra y nos determina cómo nos relacionamos con la naturaleza”, justificó Azoulay en su discurso.