La única revolución que no se ha hecho

La única revolución que no se ha hecho

M. DARÍO CONTRERAS
La propuesta revolución moral del aspirante reformista a la Presidencia de la República, ingeniero Eduardo Estrella, es la «única revolución que no se ha hecho», para citar al profesor Juan Bosch al aquilatar la magna empresa que se impuso Eugenio María de Hostos, al tocar nuestras playas en 1875, de transformar la sociedad dominicana mediante la erradicación de la ignorancia con el pan de una enseñanza secular, apegada a los principios de los grandes pedagogos de finales del siglo XIX. Nos atrevemos a afirmar que esta propuesta no solamente es atrevida sino que es también verdaderamente revolucionaria, conociendo la recíproca repulsión entre la ética y la política.

Para no irnos muy atrás en la historia de las ideas, los que iniciaron la moderna rama de la sociología en el siglo XIX, como el alemán Max Weber, hicieron una crucial distinción entre una racionalidad sustancial, apegada a principios morales esenciales, para diferenciarla de otra racionalidad instrumental que busca la satisfacción subjetiva con un mínimo de costos, también subjetivos, para el agente actuante. A esta distinción, a su vez, se le atribuyó dos suertes de moral: la que se llamó de la convicción, acorde con principios éticos supremos, y la de la conveniencia   que Weber llamó de la responsabilidad   que tiene en cuenta, sobre todo, las consecuencias de nuestros actos. En política, particularmente, se encuentran estas dos morales en tensión que, aisladas la una de la otra, pueden producir situaciones radicalmente inmorales. Así, los actos del fundamentalista moral (el puritano extremo, el fanático), son tan irracionales y vacíos de moralidad, como los del mero calculador, que no tiene escrúpulos.

En la lucha y retención del poder político, que se parece mucho a una contienda bélica, es natural, especialmente en ambientes pocos institucionalizados como el nuestro, que el tipo de racionalidad y «moralidad» que impera es el instrumental, aquel que busca ventajas sobre el otro, no prestando la debida atención a si el accionar se encuadra dentro de aquellos principios éticos que idealizamos, pero que no practicamos. Quizás esto explique el por qué aquellos osados que se han atrevido a lidiar en la política criolla armados de convicciones sólidas y dispuestos a jugar siempre éticamente, han fracasado o terminado frustrados, como muestran los dos casos históricos de Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch Gaviño.

No sabemos a ciencia cierta si las condiciones están dadas para que se produzca un cambio radical en la composición de nuestras fuerzas políticas, es decir, que las probabilidades sean favorables para que se imponga en estos momentos una «cuarta vía electoral», defensora de principios por sobre las conveniencias del momento. Sí percibimos que existe, y así lo muestran las encuestas, que los dominicanos están desencantados de nuestros partidos políticos tradicionales y sus líderes. Pero lo que hace falta es un firme y creíble nuevo liderazgo capaz de aglutinar a los que pretenden desplazar a los que han controlado los destinos nacionales hasta el momento. Pero por mala suerte para esta nueva opción, tenemos muchos pretendientes presidenciables, con legítimos derechos adquiridos.

Existe, sin embargo, una observación que hacer a los que repudian el clientelismo vulgar que impera en nuestro país: así como hay corruptores también hay corruptos. Los que venden sus votos alimentan el mal que debemos erradicar. Producto, sin lugar a dudas, de la falta de educación y de la pobreza. Pero por igual también se venden muchos que no son pobres, ni marginados, ni faltos de educación. ¿Cómo luchar con la bandera en alto de la moralidad ante tanta indigencia, desigualdad y ausencia de acrisolados valores ciudadanos?

No queremos cerrar estas líneas con una nota de desaliento. Hemos pretendido señalar la magnitud de la tarea que se imponen los que desean cambiar los valores y las actitudes de sus conciudadanos. Vemos como muy positivo el hecho de que actualmente se hable y debata el tema de la ética en la política dominicana. Cerramos con una cita de don Manuel Fraga Iribarne: «La política es el arte de lo posible; para lograrlo hay que intentar muchas veces lo imposible».

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