La Unión Europea quebrantada

La Unión Europea quebrantada

ROSARIO ESPINAL
La Unión Europea constituye el intento federativo de naciones más importante en la historia mundial moderna. Comenzó como un proyecto para aglutinar a los países más fuertes de Europa Occidental (Alemania, Francia y Gran Bretaña) en la post-guerra, pero el proceso se expandió posteriormente a otras regiones de Europa. Después de cinco décadas de importantes esfuerzos unificadores, la Unión Europea ha logrado establecer un complejo y sofisticado sistema de colaboración y regulación económica, migratoria, laboral, y ambiental.

El fundamento ha sido construir una colectividad de naciones que se identifique con lo europeo en sentido genérico, a pesar del fuerte arraigo que existe en cada país con lo propiamente nacional, definido como cultura específica, idioma, historia y bienestar socioeconómico.

El principal reto ha sido homogenizar social y económicamente los países de la Unión, procurando un mayor bienestar para el conglomerado de países miembros.

En ese contexto, el «No» de los franceses y holandeses a la ratificación de la Constitución de la Unión Europea es un hecho trascendente, tanto para calibrar el sentimiento nacional, como por los obstáculos que representa para el avance del proceso de integración.

En la actualidad, Europa enfrenta cuatro desafíos fundamentales en el proceso de unificación.

El primero es el aumento del número de países miembros de la Unión. Coordinar políticas comunes para 25 países en estadios diferentes de desarrollo e integrar nuevos miembros es tarea compleja. Los temores nacionales por los costos a pagar por los países más ricos para sostener y expandir la Unión generan actualmente descontento.

La inclusión de países como España, Portugal y Grecia constituyó en los años 80 un escenario favorable para ampliar las oportunidades de inversión de capital de los países europeos más desarrollados y mejorar las condiciones de vida de los países integrados. Fue un proceso de integración relativamente armonioso y optimista.

No ocurre así con la expansión hacia Europa del Este, que aunque vista positivamente después de la caída del comunismo, parece diluir ahora las posibilidades de coherencia en materia de unificación económica y social por las disparidades en los niveles de desarrollo de los países. Pero el mayor rompecabezas lo constituye la posible integración de Turquía, que despierta sentimientos xenófobos en Europa Occidental.

El segundo se refiere a las dificultades de mantener un Estado de Bienestar próspero en las naciones más desarrolladas de Europa. Países con fuerte apego a los programas sociales o subsidios a productores, como es el caso de Francia, miran con recelo los efectos de la globalización neoliberal que atenta contra sus prácticas de protección económica y social. Ya sea China, el plomero inmigrante polaco o el cine norteamericano, generan inseguridad y desconcierto en Francia; país que actualmente registra un bajo nivel de crecimiento y alto desempleo, sobre todo, en los sectores más jóvenes de su población. En respuesta crítica a la globalización neoliberal se han sumado distintos sectores de la izquierda europea.

El tercero tiene que ver con la migración masiva desde distintas partes del mundo a Europa Occidental. Como ocurre en otras naciones ricas, los países de Europa Occidental han vivido un proceso de transformación importante en su composición poblacional, que ha trastocado los patrones residenciales, las prácticas religiosas y el sentido de unidad cultural en muchas comunidades europeas. En oposición a esa creciente presencia de inmigrantes se han aglutinado sectores de derecha nacionalista en países como Francia y Holanda.

El cuarto se relaciona con la percepción que tienen muchos europeos de que la Unión Europea es un organismo burocrático, ubicado en Bruselas y alejado de las necesidades de los países miembros y sus ciudadanos. En este imaginario, la Unión Europea es vista como una fuente de problemas.

Por estas razones, como ocurre frecuentemente en los referendos, la votación de la ciudadanía no sólo expresa una respuesta afirmativa o negativa sobre el punto en cuestión (en este caso la ratificación de la Constitución Europea), sino un sentimiento nacional en torno a distintos problemas que se condensan en el momento del referendo.

Es casi seguro que pocas personas leyeron la Constitución de la Unión, de 448 artículos y unas 200 páginas, antes de votar en Francia y Holanda. Pero en la discusión pre-electoral y en la votación mayoritariamente negativa se condensó y prevaleció el descontento y el miedo de muchos franceses y holandeses ante los nuevos desafíos de la competitividad económica, la preservación del bienestar social, la migración y las desigualdades en el desarrollo de los países miembros de la Unión.

Probablemente la Constitución propuesta será engavetada por algún tiempo y no se lleve a votación en países cruciales para aprobarla como Gran Bretaña. Pero los temas que preocupan a los franceses y holandeses, y que llevaron votar en contra de la ratificación, siguen vigentes y continuarán perturbando a muchos europeos en los próximos años.

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