La Universidad ante un peligro:
Tecnología sin valores

<p>La Universidad ante un peligro:<br/>Tecnología sin valores</p>

REYNADO R. ESPINAL
Si alguna lección histórica puede extraerse con claridad del recién finalizado siglo XX, una es aquella que reza que el “sueño de la sola razón produce monstruos “, o como hermosamente lo expresara Ortega y Gasset “…la técnica necesita un suplemento de alma”.

Resulta poco menos que imposible aceptar el ideal de los ilustrados de que el ser humano era capaz de gobernarse por la razón ante la ocurrencia de hechos tan abominables como el “gulag” o los hornos crematorios hitlerianos para acabar con los judíos. ¿No fueron acaso obra de gente planificadora y pensante?

Al mismo tiempo que celebramos los innegables logros del avance tecnológico asistimos a la entronización de lo vanal, de lo efímero, a la cultura del “usar y tirar” y del “sálvese quien pueda”. Decae el espíritu cívico, aumenta la corrupción y como ha dicho hace poco Victoria Camps”…Da la impresión de que nada se trata con medida y sensatez…no hay moral ni entusiasmo, falta ilusión y flaquean los principios…”

Se impone, por tanto, a la universidad, un replanteamiento de su misión y su sentido en los umbrales del siglo XXI. Sin cerrar los ojos ante la técnica es preciso abrir cauces nuevos al humanismo.

En Cardenal Newman al referirse en 1959 a la misión de la universidad expresaba unas palabras que leídas hoy son de rabiosa actualidad y que no me resisto, por tanto, a dejar de citar en el contexto de este artículo, a saber: “…La universidad debe elevar el fondo intelectual…ennoblecer el gesto y refinar los sentimientos.enseñar al hombre a ver las cosas tal como son, e ir directamente a lo importante, detectar lo que es sofisma y a descartar lo irrelevante…”

El desafío básico y fundamental consiste, por tanto, en fomentar en el ámbito universitario el cultivo y la forja de la propia identidad, en educar para la solidaridad y la convivencia sin menoscabar la libertad, tarea indeclinable para la que es preciso apelar al hontanar de las humanidades sin que por ello haya que demonizar el cultivo de la ciencia. Es decir: una sabia y equilibrada integración de saberes que pueda permitir al (a) estudiante escuchar, como afirmara Don Gregorio Marañon, su “voz interior”, es decir, su genuina vocación profesional, lo que sólo podrán hacer desde una equilibrada integración de saberes.

Por ello es preciso reiterar que la universidad ha de reencontrarse con su propia vocación y retomar de nuevo en serio lo que el profesor Sanchez Salorio ha definido como “…el carácter desinteresado del saber”. Afirma este lúcido pedagogo “…Lo que caracteriza a la Universidad es el carácter desinteresado del saber que en ella se cultiva. Contrariamente a lo que ocurre en otras instituciones, en el ámbito de la Universidad el saber sería cultivado y transmitido por su propio valor y no por razones de utilidad inmediata o de conveniencia rentable”.

El desafío de una renovación humanística en la oferta universitaria no será la panacea pero será un aporte significativo para conjurar la desmoralización colectiva que nos aflige. Quebrados los referentes éticos que provenían fundamentalmente de la familia, la misión de la universidad hoy no se limita al simple papel de ser correa de trasmisión de conocimientos científicos, ya que no toda labor educativa es formativa si es que creemos interpretar correctamente la verdad que se esconde detrás de la frase atribuida a la genial antropóloga Margaret Mead, quien expresó: “…Mi abuela quiso que yo tuviera educación. Por eso no me mandó a la escuela”.

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