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Fue más de treinta el número de universidades fundadas en América por la Corona española en la primera mitad del siglo XVI. Todas esas instituciones de educación superior jugaron un papel de primer orden en la evolución y desarrollo de las sociedades latinoamericanas y caribeñas. Orientadas en una primera etapa en la formación el personal requerido para la burocracia colonial, civil y eclesiástica, dichas casas de altos estudios contribuyeron a la sustitución de las autoridades españolas por los representantes de las oligarquías criollas y, posteriormente, apoyaron el ascenso político de las clases medias, a través de la Reforma Universitaria iniciada en Córdoba, Argentina, en 1918. En el seno de esas universidades no solo se formaron el personal académico y los dirigentes político que sostuvieron las estructuras republicanas, también, los intelectuales que favorecieron el conocimiento y desarrollo de ideas renovadoras que, en ocasiones, culminaron en la sustitución de gobiernos dictatoriales y en la transformación de las estructuras económicas y sociales de las naciones independizadas. Como lo afirma Ares Pons, citado por Luis Yarzábal, director del Centro Regional para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (CRESALC), en el prólogo que escribiera del libro “La Educación Superior en el Umbral del Siglo XXI” del nicaragüense Carlos Tünnermann: “la autonomía institucional y la libertad de cátedra permitieron que las universidades latinoamericanas se fueran convirtiendo en un ámbito destinado al cultivo del conocimiento en su más amplia aceptación, donde la reflexión crítica, epistemológica y ética sobre ese mismo conocimiento, sobre su aplicación social, sobre sí misma y sobre la sociedad en su conjunto constituyen las tareas esenciales”. Esa actitud crítica y renovadora se vio luego reforzada debido a la participación de la juventud universitaria en manifestaciones de repudio de los regímenes dictatoriales.
El Movimiento Renovador Universitario iniciado en 1965 ya alcanzó su principal cometido, el de convertir una Vieja Casa de Altos Estudios en una institución de estudios superiores a tono con los requerimientos del siglo 20. Hoy, el proceso de transformación de la UASD persigue objetivos muy distintos a los de ayer. Por ello, no debemos seguir impartiendo los mismos conocimientos de antes y de la manera en como lo hacíamos antes. Conscientes de que es así, autoridades y catedráticos universitarios hemos regresado a las aulas a adquirir otros conocimientos y a familiarizarnos con el uso de nuevas y avanzadas tecnologías de las comunicaciones. También, hemos estado debatiendo sobre la educación superior de cara al siglo 21 lo que nos ha permitido visualizar, entre otras, las siguientes tendencias: notables aumentos de la matrícula estudiantil (de 3720 estudiantes en 1960 a 445 mil 909 en el año 2012); restricción relativa a la inversión pública en el sector (incumplimiento de la ley 5778 sobre Autonomía Universitaria); rápida multiplicación y diversificación de las instituciones dedicadas a impartir educación superior (de una sola universidad en 1960 a 42 instituciones en el 2010, incluyendo 30 universidades); creciente participación del sector privado en la oferta; y progresivo acercamiento del Estado de sus responsabilidades.